La necesidad de encontrar alternativas al capitalismo, nos llevó a un material inédito del “Che”, que a través de su crítica “valiente y antidogmática”, “piensa, duda y discute sobre como construir el socialismo”. La crisis económica, la eclosión nuclear en Japón, la rebelión en África, la ultraderecha republicana, agregan incertidumbre, también esperanza. Con el espíritu del “Che”, pensar juntos ese mundo posible y necesario. Decir lo que se piensa, actuar de acuerdo a lo que se dice.

26 de mayo de 2011

La Cuestión del Comunismo. Lucien Sève

La Cuestión del Comunismo.

Lucien Sève.


Exposición realizada en el plenario de clausura del Congreso Marx Internacional donde se debatía el tema: ¿Qué alternativa al capitalismo?. El autor se basa en una lectura en profundidad de los Grundrisse de Marx para analizar los fenómenos contemporáneos y en particular las condiciones de la viabilidad y puesta al orden del día del comunismo.

Dar su pleno sentido al tema que nos ocupa: "¿Qué alternativa al capitalismo?" exige plantear, para llamarlo por su verdadero nombre marxiano, la cuestión del comunismo. Para ser claro, estructuraré mi intervención en torno a varias tesis -es decir, por supuesto, hipótesis que espero mostrar que no son arbitrarias. Y, para atenerme al tiempo fijado, me limitaré a sostener tres.

1

Tomando la palabra "alternativa" al pie de la letra, el interrogante "¿qué alternativa al capitalismo?" consiste en preguntarse cuál es el otro del capitalismo en el seno de la identidad en forma de dilema que constituirían juntos. ¿Pero qué dilema? La respuesta ha parecido obvia desde hace más de un siglo: propiedad privada o propiedad social de los grandes medios de producción y de cambio.

Desde este punto de vista, lo que se ha llamado "socialismo real" ha sido el otro del capitalismo, es decir, lo contrario dentro de un mismo género. Lo contrario: digamos, para proseguir muy rápidamente, plan versus mercado. El mismo género: el de la puesta en acción de un tipo idéntico de aumento de la productividad fundado, según las lógicas industriales, sobre la acumulación de trabajo muerto como condición primordial de eficacia creciente del trabajo vivo.

El mejor índice de esta identidad esencial tras la antinomia inmediata, ¿no es la consigna que dominó la involución brezhneviana de los países socialistas: "alcanzar el capitalismo "? A la pregunta "qué alternativa al capitalismo", entendida en el sentido exacto de la palabra "alternativa", la respuesta no está ni lógica ni históricamente, delante de nosotros sino detrás de nosotros: tal alternativa no es otra que el fenecido socialismo de tipo soviético, que perseguía el proyecto inviable de alcanzar al capitalismo sin mercado ni democracia verdaderos. Resulta la conclusión que a muchos parece evidente: estaría demostrado que no existe alternativa viable al capitalismo. Lo único que se podría buscar sería no una alternativa sino variantes en la manera de regular y circunscribir este elemento insustituíble de las sociedades desarrolladas: el mercado capitalista. Si se considera -tal como es mi caso y sin duda el de muchos entre nosotros- que los estragos de todo tipo que produce hoy el capitalismo y, aún peor, los que nos promete para mañana son absolutamente inaceptables, la pregunta abierta que conviene plantearse es pues, me parece, no la de una alternativa al capitalismo que gire, de hecho, en la misma órbita, aunque fuera en el polo opuesto, sino la de la superación, en que la órbita misma resulte profundamente transformada. Tal es la problemática, no alternativa sino revolucionaria en el sentido propio dado por Marx, y es en esta problemática que se inscribirá mi reflexión. No se trata entonces de buscar alguna variante a la forma social hoy dominante ni siquiera de invertir tal o cual signo en una fórmula general incambiada sino, por el contrario, para retomar algunos de los temas más ambiciosos de Marx, de poner fin a las grandes alienaciones históricas llevadas al límite por el modo de producción capitalista, de cerrar con él la era milenaria de las sociedades de clase, de salir de la prehistoria humana. Se trata de "cambiar de base". Para este movimiento de superación radical, Marx reservó el nombre de comunismo. En este sentido, más allá de las cuestiones tan embrolladas que hoy puede promover el uso político de este término, diría que el problema ineludible que está planteado ante nosotros es siempre y nuevamente el del comunismo. Pero precisamente porque la perspectiva del comunismo nos proyecta fuera de la órbita del desarrollo histórico actual, ella choca con una objeción cardinal: la de su irrealidad. La visión muy extendida -aunque no marxiana- del comunismo como un "ideal"no tiene por el momento existencia alguna. Inscribirla en la sucesión no acabada de las formaciones sociales, ¿no equivaldría a introducir las quimeras en la clasificación de las especies vivas? Objeción que no perturba a ciertos utopismos, que aceptan sin dificultad que el comunismo sea solamente una idea reguladora de nuestras prácticas políticas. Pero en esta acepción es evidente que pierde toda consistencia en tanto perspectiva de superación efectiva del capitalismo. Así la extraordinaria originalidad de Marx es querer incluir rigurosamente esta anticipación visionaria del futuro en un análisis materialista-crítico del presente. Allí está el punto crucial para las actuales relecturas críticas de Marx. La actitud, sin duda alguna dominante hoy, es de estigmatizar esta inaceptable confusión de géneros epistemológicos: por ejemplo, cuando en el capítulo XXIV del Libro I de El Capital, Marx nos presenta "la expropiación de los expropiadores" como una histórica negación de la negación que debe cumplirse, dice, "con la ineluctabilidad de un proceso natural". Muchas veces se ha recalcado, incluso en este congreso, que se trata de una transición inadmisible de la comprobación empírica a la construcción normativa, mediante una visión teleológica de los procesos sociales que contradice radicalmente los principios del materialismo histórico. De modo que no habría motivo para asombrarse de que nuestro siglo haya sido en este aspecto el de las esperanzas cruelmente insatisfechas.

Pese a los méritos de estas consideraciones, mi tesis no es por eso menos firme en cuanto a que ellas no invalidan lo esencial. Admito que valen contra aforismos globalizadores en que la dialéctica hace las veces de deux ex machina especulativo. Pero sostengo que estos poco frecuentes enunciados remiten, en Marx a un vasto trabajo analítico que en sus principios, en todo caso, escapa enteramente a la objeción. Este trabajo de Marx consiste en poner en evidencia la producción, empíricamente atestiguada por el movimiento del capital de los supuestos objetivos de su propia superación; no son nada más que supuestos previos que, aprisionados en las formas capitalistas, son incapaces por sí mismos de revertirlas en el sentido comunista y no hacen más que agudizar en ellas contradicciones devastadoras, pero presupuestos no menos esenciales de aquella superación. Ejemplo: el dinamismo con que el modo de producción capitalista desarrolla sin pausa la productividad real del trabajo engendra condiciones materiales que, al mismo tiempo, hacen cada vez más posible el desarrollo libre y pleno de los productores y los exigen más y más fuertemente en aras de una productividad todavía mayor: ¿no es ése el centro de la actual "crisis del trabajo"? No hay ahí ningún resbalón teleológico. Crear las premisas de una forma social en que cada uno podrá recibir "según sus necesidades" no es para nada la finalidad de la actividad capitalista: su finalidad es y sigue siendo la maximización de la cuota de beneficio, de manera que ella produzca no la riqueza para todos sino la pobreza relativa e incluso la miseria absoluta para la mayoría. Pero no puede tender hacia esta productividad superior sin crear por eso mismo, "a sus espaldas" y "cabeza abajo", como le gusta decir a Marx, supuestos objetivos para un modo de producción y de distribución profundamente diferente, que a nosotros nos incumbe construir a partir de aquéllos, si nos lo proponemos como finalidad consciente.

"Si la sociedad tal cual es no contuviera, ocultas, las condiciones materiales de producción y de circulación para una sociedad sin clases, todas las tentativas de hacerla estallar serían otras tantas quijotadas" escribe Marx en los Grundrisse.

No veo en esto ningún paso fraudulento del indicativo al condicional, de lo empírico a lo normativo, sino sólo la base de un optimismo histórico razonado: "la humanidad no se propone nunca, más que tareas que ella misma puede resolver", en la medida en que la toma de conciencia y la función de la tarea como posible esté sostenida por el proceso de formación tendencial de sus supuestos objetivos. Nada más, nada menos. El éxito no está jamás garantizado, pero la desesperanza metafísica queda descalificada. En este sentido, hablar de "ineluctibilidad de un proceso natural" entraña, sin duda alguna, un deslizamiento muy peligroso: hay que pensar el proceso en términos no de una necesidad mecánica ilusoria, sino de una posibilidad dialéctica real. Pero, bajo esta segunda forma, es un pensamiento de importancia capital.

Mi tesis número uno es pues, la siguiente: la cuestión comunista es en primer lugar una cuestión de hecho.

¿Sí o no, el movimiento actual del capital continúa acumulando, cabeza abajo, los supuestos objetivos de la superación de la sociedad de clases? Si es no, ningún "ideal " o "utopía", ninguna política que reivindique el comunismo podrán hacerlo revivir. Si es , ninguna bancarrota histórica, por aplastante que haya sido, estará en condiciones de retirarlo del orden del día. Es necesario entonces reelaborar una propuesta comunista adaptada a esta cuestión insoslayable.

2

¿Qué supuestos de su propia superación produce el capitalismo?

En la lectura tradicional de Marx y de Engels por parte del movimiento obrero revolucionario, lo central era sin duda alguna lo siguiente: basado en el carácter privado de los medios de producción, el capitalismo imprime a la producción un carácter cada vez más social. De esta premisa resultaban los rasgos principales del "socialismo científico": la tarea histórica era convertir en social la propiedad de los grandes medios de producción y de cambio, lo que presuponía la conquista del poder político por la clase obrera y, por lo tanto, su organización en un partido apto para esta conquista, abriendo así la vía a la abolición del capitalismo. Hoy evaluamos de qué lectura reduccionista solamente del Libro I de El Capital se nutría tal concepción. Al considerar decisiva la cuestión del modo de propiedad (y ni siquiera de posesión efectiva) de los medios de producción, ella permanecía ciega ante relaciones y lógicas de orden más fundamental, como el tipo de progresión de la productividad, con el sacrificio de seres humanos y de la naturaleza que le es inherente, el carácter socialmente alienado de las regulaciones más importante, con los despojamientos de todo tipo que están ligados a ello. En tal sentido, el "socialismo real" no ha sido a fin de cuentas -aún si no se ha reducido enteramente a ello- más que una alternativa estatista del modo de apropiación capitalista, de cuya órbita renunciaba así a escapar sin darse cuenta de ello. De tal modo, hay lógica en que haya finalmente recaído en él.

Sin embargo -no pocos de los trabajos de estas últimas décadas lo han mostrado- hay en Marx mismo ideas que llegan mucho más lejos a lo esencial en el estudio histórico-crítico del capitalismo. Por falta de tiempo, evoco aquí un solo ejemplo, que es crucial para nuestra época. Extrapolando, con un gran conocimiento de las realidades industriales de su tiempo y también, con una audacia inaudita de pensamiento, en qué medida se vería trastornada la producción por la introducción en ella, en gran escala, de la ciencia, vio aproximarse un nivel de productividad en que el tiempo de trabajo directo "desaparece como algo infinitamente pequeño" en relación a su producto, en que el hombre-productor no es más que "supervisor y regulador" del proceso de producción. De tal modo, razona, "el robo del tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparada con este fundamento recién desarrollado, creado por la gran industria misma". "El plustrabajo de la masa ha dejado de ser la condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano". Así se convierte en obsoleta "la producción fundada en el valor de cambio", encerrada en las formas contradictorias de la "penuria" en medio de la más grande riqueza, mientras que florecen los supuestos materiales del "desarrollo libre de las individualidades". (*)

Ciento cuarenta años después que fuera escrita esta página profética de los Grundrisse, ¿no hemos llegado justamente a este punto? Con la irrupción sin precedentes de la ciencia en la producción, ¿no estamos viviendo la reducción drástica del tiempo de trabajo necesario, aunque "cabeza abajo", es decir, preso de las lógicas capitalistas de la desocupación masiva, de la contratación aleatoria del trabajo, del trabajo precario, del despido precoz, al tiempo que surgen por doquier condiciones tales como los requerimientos de superación de la dicotomía esclerosante tiempo de trabajo/tiempo libre, de la reducción mercantil de la fuerza del saber y del trabajo, en síntesis, las premisas de una nueva era de la organización social y de la existencia personal? Otros supuestos, que Marx no previó, vienen por lo demás a vincularse a ello, como el inmenso auge de los servicios y la omnipresencia de la información, hoy encorsetadas en la forma-mercancía al precio de una desastrosa mutilación de las posibilidades que ellos implican: repartición de los costos, cooperaciones no depredatorias, desarrollo superior de las capacidades personales. Agregaría a todo ello un proceso naciente pero ya poderoso: el gran frenesí actual del capital en los países más desarrollados es el de convertir al mayor número de asalariados en trabajadores independientes con contratos puntuales, es decir, liberarse enteramente, no sólo de las cargas sociales sino del salario mismo. Esta tendencia inédita del capital a superar el régimen del salariado, ¿no ofrece un enorme tema para reflexionar acerca del estadio al que estamos llegando de maduración objetiva de la cuestión comunista?

Lo que pasa aquí a primer plano es, de otra manera, más que el problema de la propiedad, el de las regulaciones en su conjunto y de su carácter intrínsecamente alienado en el capitalismo, en que no cesan de crecer las potencias sociales indómitas que nos subyugan y nos aplastan. Como decía Marx en fórmulas sintéticas que sería un grave error, desde mi punto de vista, considerar como una mera especulación filosófica, la esencia del capitalismo es invertir las relaciones entre la persona y la cosa, entre el fin y el medio. La superación del capitalismo tal y como se nos presenta hoy, ¿no tiene eminentemente que ver con la de recolocar sobre sus pies esas relaciones fundamentales para construir la primacía del desarrollo de los seres humanos por sobre la producción de los bienes y de la deliberación colectiva de los fines por sobre la puesta en acción de los medios? De la socialización burocrática de los medios de producción, hay que pasar a la apropiación democrática de las finalidades de todas las actividades sociales. Desde este punto de vista, la noción de criterio, cara a P. Boccara, me parece efectivamente central, porque en la intervención para cambiar los criterios de las actividades sociales se realiza el retorno desalienante de la cuestión de los medios subordinada a la de los fines. Por ahí también se nos sugiere un cambio en profundidad en la manera de pensar el avance consciente hacia esa civilización superior que Marx llama comunismo. A lo súbito, tan brutal como poco operatorio, en definitiva, de la revolución -abolición se sustituye la figura del vuelco progresivo, de las mixturas conflictivas de formas privadas y públicas, mercantiles y no mercantiles, que evolucionan hacia el predominio de las segundas y de sus criterios, mientras que el planteo demasiado sumario del poder se ramifica, sin desaparecer por cierto, en la construcción de nuevos centros y de nuevas capacidades de decisión, apoyándose en los supuestos más desarrollados de otro orden socio-político. Una lógica esencialmente diferente de superación del capitalismo parece esbozarse aquí, no por cierto menos sino más auténticamente revolucionaria en sustancia que la que ya ha transcurrido, liberada sin embargo de las mitologías sangrientas de la lucha final y de la tabla rasa. Todo esto puede resumirse en una segunda tesis: si Marx está vivo en tanto filósofo, lo está tanto más como pensador del comunismo. Mas allá de la vulgata falaz del "socialismo científico", hay un núcleo racional, desconocido por muchos y todavía más actual hoy que en su tiempo, en su análisis del movimiento del capital en tanto productor de las condiciones materiales de su superación.

Considero que se puede generalizar el ejemplo que he dado brevemente a propósito de la productividad y del tiempo de trabajo, como podría demostrarlo el proceso polimorfo de la mundialización, de la crisis universal de las relaciones autoritarias o del irreprimible movimiento de las mujeres hacia la igualdad.

3

Si Marx produjo un concepto sustancial del comunismo cuyo contenido está pues lejos de haber caducado enteramente, nada puede sin embargo eximirnos de reelaborarlo de nueva cuenta y, para ello, volver a partir de su concepto puramente formal: el de la superación hasta el fin de los antagonismos del modo de producción capitalista y, todavía con mayor amplitud, de todas las alienaciones históricas de las sociedades de clases. ¿Y cuáles son, en las sociedades y el mundo de hoy, los supuestos objetivos de esa superación? He ahí la vasta cantera de investigación que se nos presenta si queremos reconstruir un concepto sustancial del comunismo para el siglo XXI. En ese trabajo analítico y prospectivo sobre lo real, la obra de Marx puede con todo servirnos aún de apoyo, en la medida en que nos preguntemos: ¿qué supuestos subestimó, interpretó errónemente o, sobre todo, desconoció, aunque, más no fuera por la simple razón de que todavía no se dibujaban claramente en su época? Aquí también debo limitarme a algunos ejemplos. Para Marx, el supuesto de los supuestos del comunismo era lo que llama el "desarrollo universal de las fuerzas productivas". Digamos, para abreviar, que tiene esencialmente en vista el papel de la ciencia (esta forma universal de los poderes de los hombres sobre las cosas y sobre ellos mismos) para arrancar a las fuerzas objetivas y subjetivas de la producción de su estrecha privatización. Este desarrollo universal no es solamente, a sus ojos, determinante en cuanto crea las condiciones materiales del "a cada uno según sus necesidades" -consigna premarxista que, por otra parte, nunca significó para Marx la vía libre a los apetitos individualistas, sino la libre satisfacción de las necesidades socialmente cultivadas de todos-. Al mismo tiempo, este "desarrollo universal" anula la premisa más profunda de la división en clases -esta división, escribe Engels en el Anti-Düring" se basaba en la insuficiencia de la producción: será barrida por el pleno desarrollo de las fuerzas productivas modernas". Y en el corazón de este "pleno desarrollo" figura el de los individuos mismos- "la sociedad comunista, se lee en La Ideología Alemana, es la única en que el desarrollo original y libre de los individuos no es una frase hueca…".

Pero lo que ni Marx ni Engels habían visto, y que hemos aprendido rudamente en este último medio siglo, es que este desarrollo universal tropieza, más allá de ciertos límites, con umbrales de viabilidad económicos, ecológicos y antropológicos. Esta dialéctica de la cantidad y la calidad, en la que ellos ni soñaron, da nacimiento a un nuevo conjunto de interrogantes prospectivos fundamentales. Ella nos obliga a cuestionar nuevamente, a mi juicio, de ningún modo la perspectiva de una hominización cada vez más avanzada mediante la superación hasta el fin de las grandes alineaciones históricas, sino ese concepto de desarrollo humano que varios siglos de crecimiento capitalista profundamente deshumanizador nos han hecho aceptar, en actitud poco crítica, como natural.

Este es el punto de necesaria convergencia entre una reflexión marxista renovada y la advertencia ecologista, al menos si se la concibe a su máximo nivel. Para decirlo rápidamente, no pienso en absoluto que este legítimo llamado sea capaz de poner en tela de juicio la herencia marxista, invalidando la problemática de clase; desde varios puntos de vista, muchos problemas ecológicos actuales son en sí mismos problemas del capitalismo. Pero tampoco creo que, inversamente, el pensamiento marxista tenga la capacidad de absorber la problemática de los umbrales de viabilidad, tomada en toda su profundidad, en un análisis de clase. Porque -y, a mis ojos, es la novedad esencial de los problemas de umbral-, en la exigencia de un desarrollo durablemente sostenido afloran ya preocupaciones y responsabilidades del género humano en su totalidad que sólo una sociedad sin clases podrá convertir en una realidad plenamente efectiva. Estas cuestiones son típicamente las de una humanidad comunista, aunque tropecemos con ellas en el capitalismo; nuevo y elocuente índice del momento histórico que estamos abordando.

Para aquellos que adhieren al marxismo en su letra más que en su espíritu, a quienes rechina totalmente la idea de que pueda ser actual una problemática post-clases, quisiera hacer notar que, quizás más que en el problema ecológico, esto rompe los ojos en el campo bioético. En este momento, en que la llamada revolución biomédica comienza a trastrocar las bases mismas de la condición humana -desde la condición genética al destino sanitario, desde el parentesco biológico a la actividad neuronal-, ya está planteada a cada una y cada uno de nosotros, como ser humano sin más, esta pregunta insólita: ¿qué humanidad queremos ser? Y alcanza con afrontar en el alma y la conciencia un problema bioético trascendente -por ejemplo: ¿hay que comprometerse con la vía de la terapia genética germinal, que modificaría en alguna medida la especie en toda su descendencia? -para percibir que el análisis político clasista tradicional es en este punto completamente impotente para sugerirnos una respuesta. Estamos ante uno de esos interrogantes antropológicos que serán el pan cotidiano de la sociedad comunista, ante los cuales numerosos problemas políticos actuales aparecen como tremendamente mezquinos y, en ese aspecto, todos los pensamientos, incluso los marxistas, están llamados a superarse sin suprimirse. Lo que nada quita al hecho de que hoy la revolución biomédica, cuya apuesta es inmensa, está dramáticamente piloteada, en medida creciente, por negocios de mucho dinero y por cotizaciones de la Bolsa, es decir por objetivos de clase.

Y, a mi modo de ver, el grave error de cierta ecología política es de no advertir suficientemente que estos gigantescos problemas de post-clases que no admiten postergación para mañana, no podrán ser tratados a plenitud más que cuando se haya terminado con la sociedad de clase.

Lo cual me conduce a un segundo ejemplo, igualmente central y problemático de un tema marxiano que las realidades de hoy nos obligan, salvo error, a repensar de manera no clásica: tengo en vista la pertinencia actual del propio análisis en términos de clase, que es el objeto notorio de uno de los principales conflictos entre evaluaciones diversas de la herencia de Marx. Ahora bien, para ir directamente a lo que me parece merecer tanto debate como los problemas de la clase obrera, propondría esta hipótesis: a medida que el capital penetra más en campos de actividad como la salud, la formación, la información, la investigación, la cultura, el tiempo libre, ¿acaso no engendra, mucho más allá de la explotación del trabajo, formas inéditas de alienación profundísima de la vida social y personal cuyo carácter de clase no transforma, sin embargo, a las víctimas en clases? Porque lo que aquí se encuentra afectado es mucho menos su status en el sistema de las relaciones de producción y de repartición que su relación con las finalidades y regulaciones antropológicamente esenciales y el destino mismo de tales actividades. Por ahí son agredidos, no solamente en tanto asalariados explotados, sino mucho más profundamente en tanto actores desarraigados de su propia actividad humanizante, y de ese modo alienados en el centro de su persona. Althusser sostenía la aparente paradoja de una primacía de la lucha de clases sobre las clases. De mi parte, adelanto la idea de que la lógica de clase es una realidad mucho más vasta que la existencia de las clases: de hecho ha sido siempre así, pero hoy esta dimensión, en más de un terreno, tiende a volverse dominante.

Todo ello se acentúa desde que una serie de procesos, muy bien estudiados por sociólogos marxistas o no, contribuyen a esfumar los límites de la clase obrera, a socavar su identidad, a relativizar su papel específico. De tal modo que la fórmula de Marx, también profética, que veía en ella "la disolución de todas las clases" está en vías de tomar para los obreros de hoy el más concreto de los significados: antes tipo acabado de clase social en el sentido marxiano, la clase obrera pierde progresivamente ese status histórico. En una inversión espectacular ¿no es la clase capitalista la que constituye de ahora en adelante la clase-para-sí por excelencia, mientras que, frente a ella y a las capas, clientelas y maffias que gravitan en su órbita, se opera cada vez más, por la vía de la generalización del salariado, la disolución de todas las otras clases? De donde una asimetría absolutamente inédita en la dialéctica de las sociedades muy desarrolladas, con prolongaciones mundiales: en un polo, una clase capitalista que pretende encarnar el interés general en su feroz particularidad; del otro, el desmigajamiento de vastas fuerzas sociales mutantes en los dolores de parto de una universalidad humana efectiva, pero donde este implacable trabajo de lo negativo crea los presupuestos de convergencias originales de valores y de iniciativas objetivamente anticapitalistas.

Entonces, si bien la lucha de clases en el sentido tradicional no ha agotado, ciertamente su papel nacional e internacional -a condición de que sea capaz de rejuvenecerse profundamente- ¿no se ve emerger las condiciones para luchas nuevas o renovadas que opongan los objetivos concretos de un universalismo civilizado al particularismo cínico del capital? ¿No es, por ejemplo, lo que atestigua la capacidad movilizadora creciente de valores como la dignidad y la solidaridad, que dicen a quien quiera oírlo que lo nos hace desde ya avanzar en dirección a una sociedad sin clases está camino de convertirse, justamente desde un punto de vista de clase, en un gran asunto?.

Si todo no es falso en tal análisis, puede conducir a reconsideraciones prospectivas y estratégicas de primer orden. Las fuerzas potencialmente motrices de una superación real del capitalismo no pueden ya de ningún modo quedar encerradas en una mera definición de clase a la antigua: desde muchos puntos de vista la desbordan. El retraso en tomar clara conciencia de ello se paga con una muy lamentable carencia de intervención de las organizaciones anticapitalistas, por ejemplo, en las graves crisis de contenido que se esbozan o se agudizan en el campo de la investigación científica o del sistema de salud, de la escuela o del deporte, de la creación artística o de las redes de información.

Lo que confiere al capitalismo su reputación de ser imposible de superar, ¿no se debe acaso en gran medida a una pusilanimidad teórica y práctica para concebir y construir los movimientos sociales, culturales y políticos nuevos, capaces de empeñarse en su superación, movimientos cuyos supuestos están ya dados o por lo menos en vías de surgir? La responsabilidad es pues considerable para todos los que nos proponemos renovar la cultura desarrollada por Marx. ¿No es tiempo de decir que se ha vuelto completamente obsoleta la problemática del socialismo entendido como relevo de la burguesía por la clase obrera en tanto que clase dirigente?. Cada vez más claramente ingresa al orden del día una problemática directamente comunista, en que el objetivo es iniciar desde ya el relevo, muy conflictual pero progresivo, de las gestiones capitalistas por regulaciones del interés común -en el límite: común a todo el género humano. A quien viera en ello la extravagante utopía de la consigna: el comunismo ya, se le podría preguntar si nunca reflexionó sobre el consejo dado por Marx, hace ciento treinta años, a los trabajadores de Europa: en lugar de "la consigna conservadora: un salario justo para una jornada de trabajo justa" inscribid en vuestras banderas "la consigna revolucionaria: abolición del trabajo asalariado".

Resumo estas consideraciones en una tercera tesis: lo que ha muerto en estos finales del siglo XX, tomando el término en su sentido conceptual, es el socialismo -socialismo que debía ser la "primera fase del comunismo" y ha comprobado ser su antítesis esencial. Lo que se incorpora en cambio al orden del día, en el sentido marxiano de la palabra, es el comunismo -un comunismo cuyo concepto sustantivo debe ser enteramente reelaborado a partir de las realidades de hoy, y de los supuestos de mañana que en ellas proliferan.

Por cierto, incluso aquellos que suscribrirían en alguna medida estas tesis, no dejarían de plantear entonces otra cuestión: si tal concepto del comunismo es pertinente, ¿sería posible conservar el término pese a todo lo que se ha hecho en su nombre -diría más bien: con su seudónimo- en este siglo como denominación de una fuerza política que adopta como objetivo semejante superación del capitalismo? Mi respuesta personal es afirmativa, a condición de una verdadera refundación de una organización política de nuevo tipo, liberada hasta el fin de las herencias de todas las Internacionales que han existido después de la primera. Pero para justificar esta respuesta me haría falta nada menos que adentrarme en la exposición de motivos de una tesis número cuatro, y ya no hay más tiempo.

Sin embargo, un último interrogante. ¿Mi intervención no será, al fin de cuentas, demasiado optimista frente a la bancarrota cuyo terrible pasivo nos abruma? Respondo que si es así, se trata de un optimismo de tonalidad bastante trágica, porque ¿cómo no estar acosado por la urgencia unida a la extrema dificultad de reconstruir una perspectiva de transformación social radical, a riesgo de no poder conjurar catástrofes políticas y humanas demasiado previsibles? Pero, se se adhiere verdaderamente al materialismo crítico de Marx, ¿podría dejarse de advertir, sin embargo, que la eventualidad misma de tales catástrofes es el reverso de las posibilidades aún muy poco utilizadas para evitarlas? Es la tesis que atraviesa todas mis tesis: lo peor no siempre es seguro.

(*) Las citas están tomadas de K. Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858. Siglo XXI, 9ª edición México-Madrid, 1982, Vol.2, págs. 220 y 228.

EL ESTADO SOCIALISTA Y LAS EMPRESAS: UNA REFLECCION NECESARIA

EL ESTADO SOCIALISTA Y LAS EMPRESAS: UNA REFLECCION NECESARIA
Lic. Luis Marcelo Yera

(Publicado en Cuba: Investigación económica, Diciembre de 1996)
(Instituto Nacional de Investigación Económica -INIE)

INTRODUCCION

Un científico en boga recientemente fallecido, Carl Sagan, expresó en su famoso libro "Cosmos" con palabras que pudieran ser marxistas, lo siguiente: "…la ciencia no es perfecta y puede ser mal utilizada, mas es con mucho el mejor instrumento que poseemos, que se corrige a si mismo, que progresa sin cesar, que se aplica a todo. Obedece a dos reglas fundamentales: la primera, no existen verdades sagradas, todas las aseveraciones deben ser cuidadosamente examinadas con espíritu crítico, los argumentos de autoridad no tienen valor; y segundo, todo aquello que esté en contradicción con los hechos tiene que ser desechado y revisado" (Sagan, s.a.,p.381).

Parecería que la problemática de repensar el socialismo le viene bien mucho de la duda y la confianza del párrafo de Sagan.

No poco se opinó y opina, sin la necesaria fundamentación, sobre la supuesta caducidad o la mala aplicación de la ciencia marxista, y de la necesidad en ambos casos de echar a un lado lo inoperante, por improfanable que pueda parecer.

Obviando a los que reniegan del marxismo, los resultados científicos de los que lo secundan no se han correspondido con los esfuerzos realizados, sobre todo en la esfera clave de la producción socialista donde se han evidenciado las mayores debilidades.

En medio de la carencia de una correcta teoría orientadora, se observa con frecuencia no sólo mucho de retórica, sino un pragmatismo lamentable o un conservadurismo inquietante, tanto en el pensamiento de la izquierda marxista, como en los países que mantienen la esperanza de encontrar una alternativa al socialismo burocrático, al neoliberalismo y - ¿por qué no?- a las versiones capitalistas asiáticas y escandinavas.

Precisamente, el presente trabajo representa un esfuerzo todavía incompleto, aunque no dudo que polémico, por rectificar retomando la dialéctica materialista, aspectos conceptuales esenciales y universales de lo que fue una economía política teóricamente sesgada de la transición al socialismo y así facilitar la debida fundamentación de la política económica.

El estudio se centra en la relación sistémica y de entorno del binomio Estado - empresas estatales, como vínculo fundamental para resolver los problemas productivos del socialismo, representando a su vez una respuesta parcial al Proyecto "La microeconomía cubana en el proceso de recuperación económica", que ejecuta el Instituto Nacional de Investigaciones Económicas, en el marco del Programa Nacional Científico - Técnico "La economía cubana actual: retos y perspectivas".

La denominada "batalla decisiva" a la que llamó el V Pleno del Partido comunista de Cuba en mayo de 1996 por hacer eficiente la empresa estatal, que ya viene enfrentando con distintas iniciativas el Ministerio de Economía y Planificación, pudiera encontrar aquí elementos estratégicos que, aunque necesitados de cuidadoso examen y completamiento en lo "anatómico" y lo "fisiológico", brinden una mayor nitidez en cuanto a la imagen organizativa a desear, sin olvidar la necesaria conciliación entre dos instintos integrantes de la naturaleza humana: el social y el de la apropiación.

SISTESIS HISTORICA DE LA EVOLUCION DE LA ACTIVIDAD PRODUCTIVA ESTATAL

  • La actividad productiva del Estado hasta 1917

Aunque en el pasado histórico se defendiera con pasión el criterio de que no corresponde al Estado interferir en el "dejar hacer" o ejercer actividades productivas y que éstas son prerrogativas exclusivas de los ciudadanos, se pueden encontrar desde la época esclavista excepciones a esta norma hoy reverdecida por el neoliberalismo.

Ello parte de que nunca ha sido posible delimitar claramente las funciones del Estado como persona jurídica de derecho público y su actividad productiva. Muchas iniciativas como la fabricación de armas y la construcción de caminos y acueductos están ubicadas en la frontera de esos dos tipos de desempeño.

La historia de la confusión entre lo que se supone debían ser las actividades de los particulares y las de la colectividad, según las características concretas del lugar de que se trate, nos conduce desde el estatismo Inca y el monopolio de la cera para la conservación de las momias en el antiguo estado egipcio, hasta las diversas manifestaciones durante el "boom" de ese fenómeno estatizador que puso de relieve la segunda mitad del siglo XIX europeo con administraciones estatales ferroviarias y marítimas, los monopolios públicos del alcohol, del tabaco, del fósforo, los correos y telégrafos, etc., pasando por el monopolio estatal en materia de seguros, surgido en la Europa del medioevo.

De la etapa tratada se destaca en Cuba la impopular monopolización del acopio y comercio del tabaco, implantado a su favor por la corona española en el siglo XVIII.

Sin embargo, el concepto jurídico de nacionalización no tiene más de ocho décadas. Data de febrero de 1917, cuando figuró por primera vez en la Constitución mexicana inspirada por la revolución de 1910, cobrando fuerza inmediatamente después en los primeros decretos revolucionarios de la naciente Unión Soviética. A pesar de ello hay que señalar que dicha moción no se incorporó a la palestra legal de manera súbita, sus antecedentes parecen encontrarse en la idea sobre la nacionalización de la sociedad y la vida económica, surgidas a mediados del siglo XIX, siendo el pensamiento de Marx el que en este sentido tiene la mayor repercusión durante la actual centuria.

  • De Lenin a las privatizaciones actuales

Que estatizó el socialismo conocido?

Si bien no fue la revolución marxista de octubre 1917 en Rusia la primera en reconocer el concepto jurídico de nacionalizar, llevó a cabo en ese campo la más extendida y radical transformación de la vida económica que conoció la humanidad hasta entonces.

Por la vía de los Decretos, en los tres primeros años se nacionalizó toda la tierra (un caso único en el socialismo practicado), no su atención privada; las empresas industriales que ocupaban a más de 10 obreros o más de cinco si utilizaban instalaciones con motor; el transporte marítimo y fluvial; las compañías ferroviarias; la banca; los seguros, así como se monopolizó el comercio exterior e interior (Katzarov,1963,pp.61-62). En la constitución de 1918 se refrendó la propiedad socialista sobre los medios básicos de producción.

Sin embargo, esta situación restrictiva no se mantuvo estable. Luego del obligado y relativo repliegue que, por las conocidas circunstancias límites externas e internas significó la Nueva Política Económica (NEP) en materia de propiedad durante el período 1921-1928, la Constitución soviética de 1936 sobrepasó incluso lo realizado por la revolución antes de la NEP y dejó fuera de la producción estatal solo a la parte del área agrícola que cubrían las mayoritarias cooperativas o koljoses y a los trabajadores individuales por cuenta propia, ya fueran campesinos o artesanos. En la URSS, desde entonces, la propiedad no estatal sobre los medios de producción fue estrictamente limitada a lo expuesto hasta la llegada de la perestroika.

Pero aunque fue enorme la influencia stalinista y neostalinista sobre procesos socialistas desarrollados con posterioridad a la segunda guerra mundial, en materia de nacionalizaciones y de tratamientos a la propiedad no pocos de estos procesos se parecieron más a la fase leninista de la revolución soviética, NEP incluida, que a su larga etapa posterior previa a la perestroika.

Esta última, dicho sea de paso, también retomó en su primera mitad conceptos de Lenin, así como recogió la experiencia de los países socialistas que trataron de ser más flexibles.

Las diferencias básicas de las naciones socialistas menos ortodoxas, incluyendo a la China de hoy, con la etapa soviética postleninista en cuanto al área no estatal, estriban en permitir durante su evolución tanto las pequeñas empresas de nacionales con más de un trabajador como la inversión extranjera.

Es necesario aclarar en cuanto a la agricultura de los países socialistas estudiados excepto el caso cubano que ésta tuvo una minoritaria explotación estatal, la cual en el mejor de los casos no pasó del 30%.

En este contexto Cuba tuvo sus peculiaridades. La reforma agraria de 1959 aprovechó la existencia de latifundios norteamericanos y criollos para hacer avanzar hacia la explotación estatal el 40% de la tierra agrícola. Pero como dicha reforma agraria había fijado en la nada despreciable cifra de 402 hectáreas la cantidad máxima que podía permanecer en manos privadas, la burguesía rural cubana que se mantuvo en el país se hizo políticamente conflictiva y otra expropiación que disminuyó su poder económico se llevó a efectos en 1963, limitando a 67 hectáreas la tierra que se permitía como propiedad privada.

El gobierno revolucionario al llevar adelante, lo más rápidamente posible el socialismo proclamado en 1961, hizo que esta última reforma agraria elevara con el tiempo las tierras bajo explotación del Estado a más del 70%, un hecho único también dentro del campo socialista y el mundo.

Hoy, a la luz de los cambios internacionales ocurridos, la explotación estatal de la tierra (no la propiedad de esta última que se mantiene en no menos del 75% en el Estado), ha disminuido a un 33% (Lage, 1996). Las Unidades Básicas de Producción Cooperativas (UBPC), familias y personas individuales han asumido en usufructo la diferencia que probablemente continúe aumentando. Ello aproxima este proceder con la agricultura cubana al que predominó en los restantes países socialistas en su momento.

También en cuanto al sector privado se ha permitido la actividad cooperativa en la pesca, aunque constitucionalmente no aparezca explícita como lo está el cooperativismo agropecuario.

En relación con la industria, a las nacionalizaciones iniciales contra el imperialismo y la oligarquía siguieron las de octubre de 1960 contra capitalistas cubanos. La Ley 980 de ese mes trasladó al Estado prácticamente toda la industria nacional con más de 25 trabajadores. Ocho años después, la llamada "ofensiva revolucionaria" liquidaría todo vestigio de pequeña y mediana propiedad en la industria, el comercio y los servicios, permitiéndose sólo cierta actividad privada individual o por cuenta propia. Ello sentó las bases para que la Constitución socialista de 1976 coincidiera en cuanto al tratamiento de la propiedad con la máxima ley soviética de 1936.

La reforma constitucional cubana de 1992 flexibilizó la anterior situación al declarar la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios Fundamentales de producción, un hecho conocido en el socialismo practicado, por lo que el éxito deberá marcarlo la "anatomía y fisiología" nuevas del sistema de empresas estatales.

Nacionalizaciones capitalistas y tercermundistas.

Como resultado de los problemas sociales y económicos sobrevenidos después de la primera guerra mundial, como también de la influencia mexicana y soviética, una serie de iniciativas tendientes a la socialización fueron llevadas a cabo en el mundo capitalista.

En 1919 Alemania se convirtió en el primer país europeo a excepción de la URSS, que introdujo constitucionalmente la noción de nacionalización. Esferas como la electrificación, la industria de la potasa, el transporte de gas y del agua, y las vías férreas, fueron alcanzadas por la influencia del Estado. Los cambios ulteriores en la orientación política del país y su ocupación ya como Alemania Occidental, retardaron pero no impidieron el afianzamiento del concepto en la Constitución federal de 1949.

Francia por su parte, desató una ola de nacionalizaciones a partir de 1944, la mayor del Occidente desarrollado, que tuvo su signo precursor en la segunda mitad de los años 30 cuando el gobierno creó monopolios estatales en los fósforos, la imprenta, las monedas, así como en los ferrocarriles y la aviación civil. Para 1948 cerca de la mitad de la producción industrial estaba nacionalizada, también la banca más importante y parte de los seguros. En aquel entonces predominaba en el país el ánimo de buscar nuevas soluciones para el interés público, por lo que los móviles usuales de las nacionalizaciones capitalistas (las dificultades económicas de las empresas, la seguridad nacional y las preocupaciones fiscales) pasaron a un segundo plano. Aún en 1981, ya en pleno desentono neoliberal, el gobierno socialdemócrata de Mitterand emprendió nuevas nacionalizaciones aunque más adelante se vio obligado a un repliegue en este campo.

Por su parte Inglaterra fue el país del capitalismo desarrollado que siguió a Francia en la política socializadora. De cierta participación del Estado en la vida económica, como lo fue el monopolio sobre determinadas importaciones, pasó, a partir de 1945 y por iniciativa del Partido Laborista (socialdemócrata) en el poder, al traslado hacia la propiedad estatal de los sectores económicos esenciales. Así, fueron nacionalizados el Banco de Inglaterra, la aviación civil, la industria carbonífera, las comunicaciones por cable e inalámbricas, el ferrocarril (incluyendo los hoteles explotados por las antiguas compañías ferroviarias), los muelles, las vías de agua interiores, el transporte londinense, el suministro de algodón en bruto, la industria eléctrica, la del gas y la del hierro y del acero.

La llegada al poder del gobierno neoliberal de Margaret Thatcher en 1979 retrotrajo el tradicionalismo británico en materia de administración estatal.

De cualquier manera, desde el punto de vista del grado de realización de la nacionalización, Francia e Inglaterra se situaron en su momento, entre las democracias populares de Europa Oriental y el mundo liberal.

Sin embargo, Estados Unidos, un representante destacado del liberalismo no se sustrajo tampoco a los aires socializadores. En 1933 el presidente Roosevelt constituyó la Tennessee Valley Authoruty, una empresa para el cultivo del valle del río Tennessee y sus afluentes, así como para el desarrollo de la energía eléctrica. Con sus cerca de 105000 Km2 que abarcaba el territorio de siete estados, fue considerada por lo menos como una de las empresas más grandes del mundo (Katzarov, 1963, pp.66-67).

Hoy, pese a las recomendaciones neoliberales, el Pentágono y la iniciativa privada se distribuyen a partes iguales el capital de la empresa Sematech la cual posee el 45% del mercado mundial de semiconductores (Melazzi, 1995)

En realidad fue después de la segunda guerra mundial que las nacionalizaciones tuvieron su mayor auge. Ningún continente estuvo ajeno a ellas.

En tal sentido, la experiencia del desarrollo no capitalista en el tercer mundo tuvo con posterioridad a ese hecho bélico numerosos ejemplos socializadores, siendo el Egipto de Nasser, que llegó a tener bajo propiedad estatal el 85% de la producción industrial, el caso políticamente más relevante (Solodóvnikov y Bogoslovski, 1975).

En lo que respecta a la etapa prerevolucionaria cubana, ésta tuvo pocos ejemplos de propiedad estatal en la esfera económica. El conocido caso de las intervenciones del Ministro de Gobernación Antonio Guiteras, un destacado revolucionario, sobre dos centrales azucareros y la Compañía Cubana de Electricidad en 1933 y 1934, respectivamente, fueron provisionales y no afectaron la propiedad de dichas empresas norteamericanas.

Es significativo que no obstante admitirse en la Constitución de 1940 la propiedad del Estado en la actividad económica, con posterioridad a esa fecha sólo fueron hallados por el autor el caso del Banco Nacional de Cuba, fundado en 1950 con preponderancia accionista del Estado (Zuaznabar, 1986); el de los viejos buques mercantes comprados por el gobierno y entregados en arriendo a particulares después de la Segunda Guerra Mundial (Zuaznabar, 1986), el de los Ferrocarriles Occidentales de Cuba S.A., que en los años 50 tenía sus acciones distribuidas de tal manera que el Estado poseía el 58% de las mismas (Zanetti y García, 1987); en de las centrales azucareros "Limones" y "Purio", administrados por la Universidad de La Habana y el municipio de Calabazar de Sagua, respectivamente; así como la finca San Rafael, dirigida por la misma entidad docente (Ayala, 1978).

Un último caso interesante es el de la "Comisión Ejecutiva Nacional de Cooperativas Agrícolas y Mineras" (CENCAM), un organismo paraestatal creado en 1954 parra arrendar equipos a los pequeños agricultores y mineros cubanos cuyos recursos y escala productiva impedían la compra de tan necesarios medios (Cámara de Representantes, 1957).

Al pasar revista a lo acontecido en materia de nacionalizaciones en el mundo no socialista, todo parece indicar que su etapa de convivencia con la gestión estatal clásica pasó sin dudas su mejor momento. Lo cierto es que en general su actividad fue ineficiente como ya venía siéndolo en el socialismo conocido y, aunque la administración del Estado no ha desaparecido del todo del escenario capitalista, la ausencia de alternativas acreditadas ofreció la consecuente oportunidad a la carta neoliberal, la última de los que no imaginan el mundo de otro modo.

Crisis similares en contextos diferentes

En un pasaje del prólogo a la "Contribución a la Crítica de la Economía Política" en el cual no se ha reparado lo suficiente a la luz actual, Carlos Marx basado en sus análisis históricos, había observado que las revoluciones sociales se producían cuando las relaciones de propiedad, de forma de desarrollo de las fuerzas productivas, se convierten en su traba (Marx, s.a., (c), p.183).

De aceptarse esto, y si entendemos los cambios políticos y sobre todo los de propiedad ocurridos hace menos de una década en la mayoría de los países socialistas como equivalentes a revoluciones sociales, por extraviadas que se comporten, entonces es necesario investigar qué motivó que la forma en que se expresó esa propiedad social obstaculizara a tal punto el desarrollo de las fuerzas productivas en el socialismo real.

Evidentemente Mijail Gorbachov nunca tuvo la solución para ese problema crucial y según reveló Vitali Vorotnikov, su colega del Buró Político, el líder soviético propuso en una reunión de ese órgano el 21 de julio de 1988,ya avanzada la perestroika, algo que a mi juicio, por ser teóricamente posible, debió ser previo a ella y a cuanto proceso de transformación se llevó a cabo dentro del mundo del socialismo practicado: "poner al descubierto el verdadero contenido del concepto de propiedad socialista y propiedad cooperativa" (Vorotnikov, 1995). Con semejante vacío teórico en cuanto a la propiedad socialista no podía consolidarse la perestroika ni ningún otro tipo de renovación en estos países.

Si asumimos que una de las principales vías mediante la cual se puede expresar una coherente articulación entre fuerzas productivas y relaciones de propiedad, lo es una sistemática elevación de la productividad social medible, entre otras formas, por la dinámica y naturaleza de la competitividad del sistema empresarial correspondiente, entonces habría que convenir en que decenas de intentos anteriores fracasaron, mientras que los actuales, háblase de Vietnam, china o Cuba, dejan todavía mucho que desear en cuanto a tales resultados.

También en el mundo capitalista ocurrió algo similar que abrió paso al neoliberalismo. Investigaciones realizadas en ese contexto corroboraron esta problemática. Así, por ejemplo, el economista norteamericano T. Borgherding determinó que las empresas estatales en los países capitalistas son alrededor de dos veces más ineficientes que las de otro tipo de propiedad, lo cual denominó como la regla especial de la "duplicidad burocrática". El alemán E. Hamer llegó a las mismas conclusiones en estudios realizados sobre su país e Inglaterra (Tiagunenko, 1991). Aunque ha de señalarse que pueden encontrarse casos por estudiar de empresas del Estado que apuntan en otra dirección.

Sin embargo, en cuanto a funcionamiento se refiere, muchas fórmulas fueron aplicadas por el capitalismo. Una de ellas, tal vez la más eficiente, fue el mecanismo de acciones compartidas con la propiedad privada o método de empresas mixtas, utilizado en la Cuba pre-revolucionaria y más recientemente en la llamada "economía emergente" cubana.

Hay que subrayar que el instrumento de las acciones fue la solución que encontró el capitalismo para, entre otras cosas, diseminar la propiedad y hacer frente a la socialización que promulgaba, aunque conceptualmente incompleta, la izquierda más radical, fundamentalmente desde el siglo XIX.

Pero el mecanismo accionario no debe ser considerado ni mucho menos como una especie de receta milagrosa para los casos de frustración empresarial estatal. Incluso, existen ejemplos de empresas estatales donde el estado es el único accionista, cuando este es un recurso para compartir la propiedad. La doctrina francesa ha considerado, con mucha lógica, tal proceder como una contradicción y ha declarado nulos tales casos (Katzarov, 1963. P.333).

De cualquier forma, si se alcanzan los factores humanos comunes a ambos modos político- económicos de funcionamiento, resaltan dos a resolver que a juicio de este autor están estrechamente vinculados.

  1. Una parte variable de las decisiones de corte empresarial clásico, estratégicas y operativas, se toman en los órganos estatales superiores, lo cual afecta el protagonismo y la necesaria autorrealización humana de los productores directos.

  2. El círculo de personas que componen la totalidad o porción compartida de la administración empresarial estatal está formado por asalariados, hecho que revela un incompleto sentimiento de pertenencia. Ya se sabe que los dueños no perciben sueldo.

De cómo empezar a abordar tanto estas cuestiones, como las trabas fundamentales que la propiedad estatal conocida puso al desarrollo de las fuerzas productivas, trata el resto del presente estudio, el cual retoma para ello el hilo conductor marxista.

HACIA UNA NUEVA CONCEPTUALIZACION SOCIALISTA DEL ESTADO - EMPRESARIO

  • Breve recapitulación teórica acerca del Estado.

¿Qué es y como se originó el Estado?

En su obra "El origen de la familia, la propiedad privada y el estado", Federico Engels demostró que durante un largo proceso histórico de desarrollo y disolución de la gens (Grupo de descendencia común unido por ciertas instituciones sociales y religiosas que forman una comunidad particular), la cual fue destruida por la división del trabajo que parceló a su vez la sociedad en propietarios y desposeídos, surgió el Estado esa forma organizativa - institucional del poder político en las naciones.

Los fundadores del marxismo hicieron énfasis en que el estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase y que el poder lo ejerce la clase económica dominante. Sin embargo insistieron que en determinada fase de desarrollo productivo, la existencia de las clases deja de ser una necesidad para convertirse en un obstáculo para la producción.

La misma lógica les llevó a que la eliminación gradual de las clases, lo que lleva implícito una determinada forma organizativa en la economía, provoque no sólo la unión del trabajo desde el punto de vista de la propiedad, sino la paulatina obsolescencia del Estado.

El marxismo y la extinción antineoliberal del Estado socialista.

Una de las cuestiones que salta a la vista al contraponer la teoría y la práctica del socialismo conocido, es que, sin entrar a analizar en qué fase concreta del desarrollo de la producción la existencia de las clases se hace innecesaria, en realidad, con la supuesta eliminación o minimización de las clases en los países socialistas, el Estado creció en ellos. Así, por ejemplo, cuando se desarrollaba una nueva rama productiva se creaba, como forma de administración, el ministerio correspondiente.

En el caso de Cuba, si en 1957 bajo la organización capitalista existían cuatro ministerios u organismos estatales vinculados a la esfera de la producción material, hoy a pesar de la racionalización del año 1994 funcionan todavía más de 10. ( En 1957: Consejo Nacional de Economía, los Ministerios de Agricultura y Obras Públicas y el Instituto Nacional de Pesca. En 1996: Ministerio de Economía y Planificación, de la Agricultura, Azúcar, Construcción, Industria Pesquera, Industria Básica, Industria Sideromecánica, Industria Ligera, Industria Alimenticia e Industria de Materiales de Construcción. Sin embargo, otros órganos estatales, no incluidos en esta última lista, desempeñan también actividades productivas distintas de su misión fundamental. Igualmente, todos por lo general poseen instalaciones productivas y de servicios, como imprentas y talleres, que se crearon por el pobre desarrollo de las relaciones económicas horizontales entre las entidades.)

Al producirse el necesario distanciamiento científico, en relación con ese tipo de práctica, es obvio que por esa vía no se podía alcanzar una reducción gradual del Estado con todo su aparato burocrático, sino exactamente lo contrario.

El radical planteamiento de Marx "Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina (se refiere al Estado N. Del autor), en vez de destrozarla" (Marx, s.a., (a ), p.170),que asombraría hoy no sólo al más acérrimo neoliberal, no encontró en contraposición a la anarquía la solución debida más de un siglo después de realizado. El propio Lenin consideró sobre la observación de Marx que "Esta conclusión es lo principal, lo fundamental, en la teoría del marxismo acerca del Estado" (Lenin, s.a., pp 27-28) lo cual le separa estratégicamente de la estatización stalinista que tanto penetró en los procesos revolucionarios de este siglo.

En la misma obra, Lenin, partiendo de Marx y Engels, fundamentó que, aunque es un proceso largo, "el Estado proletario comienza a extinguirse inmediatamente después de su triunfo" (Lenin, s.a., p. 28), lo que dice mucho de las concepciones posteriores sobre este aspecto, del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Pero ¿qué organización armónica y cómo sustituiría gradualmente al Estado proletario que a su vez destruyó y reemplazó al Estado anárquico capitalista?

  • Producción sin burocratismo

Para Marx una "corporación de trabajo" (Marx, s.a., ( b )p.298) del tipo de la que debió ser la efímera, por inexperta, "Comuna de París ", es la que debía extenderse y negar al aparato del Estado burgués en sus dos componentes clásicos y más característicos: la burocracia y el ejército permanente. Sin embargo, considerando la actual coyuntura política internacional que aún impone a los países de orientación socialista, como el caso cubano, que el pueblo armado, relevo del ejército burgués, continúe destinando valiosos recursos a la actividad militar, el presente acápite se centrará en las formas organizativas de la producción que contribuirían a prescindir paulatinamente del protagonismo de la burocracia estatal en la esfera productiva, en realidad un problema pendiente de solución.

En tal sentido, deben traerse a colación las condiciones teóricas de partida, poco divulgadas por cierto, que los fundadores del marxismo alcanzaron a vislumbrar para la primera fase de la sociedad comunista, las que se enriquecen con los aportes organizativos ulteriores de la producción capitalista más avanzada.

Marx, de nuevo examinando había fundamentado el proyecto para sustituir al sistema capitalista, en base a que "sociedades cooperativas unidas han de regular la producción nacional con arreglo a un plan común, tomándola bajo su control y poniendo fin a la constante anarquía y a las convulsiones periódicas, consecuencias inevitables de la producción capitalista" (Marx, s.a., ( b ) pp.301-302).(La guerra civil en Francia) Analicemos los términos que se han resaltado. La idea de que la célula básica de este sistema organizativo fuera la "sociedad cooperativa" se sustenta por Marx en "El Capital", utilizando, a partir de la realidad social y hacia el futuro, las leyes de la dialéctica desarrolladas por Hegel, el cual las aplicaba como leyes de pensamiento sólo al pasado, deteniéndose en el Estado como cima de la evolución social.

"El sistema de apropiación capitalista que brota del régimen capitalista de producción y por lo tanto, la propiedad privada capitalista, es la primera negación de la propiedad privada individual, basada en el propio trabajo. Pero la producción capitalista engendra, con la fuerza inexorable de un proceso natural, su propia negación. Es la negación de la negación. Esta no restaura la propiedad privada ya destruida, sino una propiedad individual que recoge los progresos de la era capitalista: una propiedad individual basada en la cooperación y la posesión colectiva de la tierra y de los medios de producción producidos por el propio trabajo" (Marx,1983, ( a ), p.700)(El Capital T.1)

En la interacción de las tres leyes de la dialéctica marxista, la negación de la negación en materia de propiedad representa la solución a la lucha interna, antagónica y fundamental en la sociedad capitalista entre sus contrarios dialécticos; el proletariado desposeído y sus explotadores. Dicha solución transcurre a través de la transformación de los cambios cuantitativos, dados por la multiplicación de la propiedad privada, en cualitativos, representados por la agrupación de muchos trabajadores en un proceso único de producción, lo cual crea una nueva fuerza productiva social. En correspondencia, "convertir la producción social en un sistema armónico y vasto de trabajo cooperativo" (Marx, 1973, p.82), sería el peldaño de desarrollo que relevaría al sistema capitalista. Sin embargo, aquí es necesario aclarar que coherentemente con el tipo de propiedad sustitutiva, el Estado de transición hacia la sociedad sin clases que habría de estructurarse según el "Manifiesto del Partido Comunista", es el del "proletariado organizado como clase dominante" (Marx y Engels, s.a. p.49)

Con la desaparición gradual de las clases también se haría paulatinamente superfluo el Estado, por lo que sólo durante el mencionado período de tránsito, más o menos prolongado en dependencias tanto del desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas, como de la correlación internacional de fuerzas, es que se pueden equiparar la propiedad estatal socialista y la propiedad social. Marx, al escribir sobre perspectivas de la propiedad social recalcaba que " el gran mérito del movimiento (se refiere al cooperativo. N del autor) en el capitalismo consiste en mostrar que el sistema actual de subordinación del trabajo al capital, sistema despótico que lleva al pauperismo, puede ser sustituido por un sistema republicano y bienhechor de asociaciones de productores libres e iguales" (Marx, 1973, p.82)

Sin embargo, el que se plantee que las sociedades cooperativas, las cuales mantienen en el mundo de hoy un pleno éxito, estén "unidas" en un "sistema armónico", parte de la tendencia a la concentración de los medios de producción y a la socialización del trabajo que revelaron los fundadores en la gran producción capitalista, lo cual se expresa a través de las fusiones, absorciones y nuevas inversiones con relación a los procesos productivos únicos que se desarrollan dentro de las grandes sociedades por acciones o corporaciones desde entonces hasta la fecha. El haber definido Marx a la Comuna como una "corporación de trabajo" no hace sino continuar su línea de pensamientos en este sentido. Obsérvese que en una corporación no hacen falta componentes estatales como los ministerios y los derivados de la división político-administrativa.

Es por ello que desde el punto de vista metodológico tiene tanta importancia para la actualización del conocimiento marxista el encontrar y seguir el camino que, con posterioridad a los clásicos, dejaron abierto las gigantescas corporaciones y conglomerados capitalistas en materia de organización productiva de sus planteles fabriles.

El primer gran aporte de dichas organizaciones en este sentido ocurrió en los años 50 con la llamada "Dirección por objetivos". En realidad, no fueron debidamente teorizados para la causa del socialismo científico los recursos organizativos que generó ese método, el cual fue motivado por la imperiosa necesidad de descentralizar decisiones en los procesos productivos de las corporaciones.

El incremento sostenido en el número de fábricas mediante los procesos particulares de socialización de las sociedades por acciones, llevó al agobio a las direcciones de estas últimas debido a las tantas y disímiles cuestiones que se acumulan en sus agendas. Entre los numerosos asuntos de detalle, lo fundamental, la dirección estratégica de las compañías, se hacía cada vez más difícil.

La historia dejó un importante ejemplo de esta situación. En la propia década de los 50 de la experiencia de una corporación innovadora, la "General Electric", surgió con más nitidez tal vez que en ninguna otra corporación norteamericana un principio organizativo sencillo adaptado a ella, pero que se venía gestando en Estados Unidos: centralizar los objetivos generales de carácter cualitativo debían ser dominados por los que ocupaban puestos directivos y orgánicos en la "General Electric" para que actuaran descentralizadamente. En otras palabras, debían interiorizar qué quería la compañía y en correspondencia tomar decisiones independientes.

Las demás corporaciones norteamericanas aunque con matices distintos, también trasladaron importantes decisiones hacia sus niveles inferiores.

Posteriormente, como respuesta al desafío descentralizador de Norteamérica, los capitalistas japoneses crearon otro: ofrecieron a las agrupaciones de obreros un mayor protagonismo, a partir de lo cual Japón alcanzó resultados productivos impresionantes.

La propia compañía "General Electric" y otras, en la tarea de dinamizar a sus empleados y transformar actitudes, tienen en el presente muy en cuenta la experiencia japonesa, por lo que, sin que se haya hecho explícito, algunos elementos del cooperativismo (ver los libros "La teoría Z" de W. Ouchi y "La sociedad postcapitalista " de P. Drucker) cobran auge dentro de las gigantescas corporaciones capitalistas. Sus propias estrategias de desburocratización son claves en todo ello.

En consecuencia ha cambiado la estructura de las compañías organizadas antes piramidalmente. En la actualidad adoptan la forma de "un conjunto flexible de sectores de actividades organizados de manera móvil en torno a un pequeño núcleo…también… piramidal" constituido por la dirección y los empleados de la sede (Gallín, 1995).

Desde otro ángulo, el proceso centralizador - descentralizador puede explicarse también funcionalmente. Hoy en las corporaciones capitalistas se descentraliza lo operativo, lo táctico, que fundamentalmente está referido a los asuntos de ventas, servicios, personal y relaciones públicas. Mientras, se centralizan los asuntos estratégicos como o las finanzas, la investigación - desarrollo y la planificación a largo plazo ("Hombre Internacional", 1993,Gabiña, 1995).

Explorados estos aspectos organizativos, es desde muchos puntos de vista importante crear una visión general de lo que pudiera ser una inédita organización productiva socialista ajena a los corsés burocráticos conocidos. Ella le faltó y le falta al socialismo y a la izquierda en general. En tal sentido, la organización mencionada puede definirse como el sistema económico altamente tecnificado, conformado por sociedades o empresas cooperativas unidas ramalmente , en vez de por ministerios como en el socialismo practicado, por corporaciones de actividades homogéneas aisladas del presupuesto nacional, donde tanto las funciones operativas de las entidades de base, como las estratégicas de las sedes, estén descentralizadas con respecto al núcleo coordinador del conglomerado a partir de objetivos generales socialmente aprobados.

En los cuadros 1 y 2 aparecen, respectivamente, una propuesta de objetivos generales para las empresas estatales cubanas que servirían de orientación a los específicos de las ramas, así como los principios de la descentralización de decisiones tomados de la experiencia de las grandes corporaciones capitalista.


Cuadro 1

Propuesta de objetivos generales centralizados que cumplirían las empresas estatales cubanas a través de decisiones descentralizadas.

  • Llevar a cabo la producción teniendo en cuenta tanto la demanda perspectiva como el requerimiento de maximizar la variedad y la calidad.

  • Garantizar la compatibilidad producción - ecología.

  • Aplicar la ciencia y la técnica mediante la realización o contratación de investigaciones en todos los aspectos relacionados con la actividad de que se trate, incluida la Dirección.

  • Buscar la complacencia de los distintos consumidores internos y externos a través de los estudios de mercado, de los clientes y de los canales de distribución.

  • Garantizar toda la secuencia productiva, incluida la distribución de los productos, el cuidado de los mismos y el establecimiento descentralizado de unos precios competitivos socialmente justos, basados en los costos de producción, la calidad, la abundancia relativa de lo producido, el mercado mundial y la necesidad de lograr la rentabilidad debida.

  • Crear una imagen prestigiosa de la producción ante los consumidores a partir de una cultura de calidad total que debe relacionarse con la marca comercial correspondiente.

  • Atender las necesidades de los trabajadores de adecuadas condiciones laborales, superación y estimulantes ingresos, recabando de ellos la actitud requerida, así como el necesario espíritu de equipo para desarrollar la auténtica conciencia socialista.

  • Garantizar la selección profesional y la formación moderna y sistemática del personal de Dirección.

  • Aplicar una eficiente política inversionista que ayude a sostener la debida competitividad tecnológica de los productos, para lo cual se deberá estar informado de lo mejor de la experiencia nacional e internacional.

  • Analizar prospectivamente las posibles iniciativas de los competidores para alterar la dinámica del mercado.

Cuadro 2

Principios fundamentales de la descentralización de decisiones.

  • Situar la responsabilidad y autoridad para tomar decisiones en los puntos más próximos al lugar de la acción. Lo anterior produce resultados generales óptimos, pues entran en juego conocimientos más vastos inmediatos y oportunos.

Delegar verdadera responsabilidad y autoridad. No deben modificarse pormenores ni hacerse comprobaciones previas.

Tener plena confianza en la capacidad de los colaboradores. En esto los jefes deben dar el ejemplo y no retener para sí las decisiones que deben tomar otros.

La función primordial de la plana mayor y los servicios auxiliares, es dar ayuda y consejo al personal de línea a través de un reducido número de personas experimentadas.

Conocer, entender y observar los objetivos generales, la estructura organizativa, relaciones, normas y medidas, sin que ello signifique necesariamente uniformar los métodos de llevarlas a la práctica.

  • Establecer una política de personal acertada, donde se aprecien los rendimientos y cumplimientos ,se establezcan premios a los que se desempeñan bien y se sustituya a los que no den la talla. (Cordiner, 1964)


En teoría esta concepción ofrece una posibilidad de solución a lo que Janos Kornai, refiriéndose a las intromisiones burocráticas, estimó como un aspecto irreformable del socialismo (Kornai,1992).En adición, la sociedad civil organizada armónicamente para producir jugará el papel que le corresponde, y el presupuesto nacional , así como el Estado, continuarían descongestionándose. Consecuentemente, no habría tal fin de la historia, aunque, indudablemente, por la diversidad de sus elementos componentes, encontrar las respuestas adecuadas y definitorias , así como el camino pertinente, demandará de profundos y sistemáticos estudios al respecto.

No obstante, es lógico que al integrarse en una sola organización las actividades económicas de una rama específica, la descentralización operativa y la centralización estratégica en el concepto marxista de "plan común" deban esclarecerse.

  • La planificación reinterpretada.

El concepto de planificación desde mi punto de vista, debe reinterpretarse. Deficientemente aplicado por el "socialismo real", fue adaptado por el capitalismo en base a sus intereses, como si fuera posible una completa planificación nacional al margen de una organización productiva única del país que contemple una sola forma genuina de propiedad social.

Entre las muchas definiciones de planificación existentes en economías mixtas, Godet presenta una de Ackoff que el primero ofrece como muy representativa: "La planificación consiste en concebir un futuro deseado, así como los medios reales para llegar a él."(Godet, 1993).

En esencia, la de los manuales soviéticos no difiere de la anterior. Sin embargo, los fundadores del marxismo contraponían el plan elaborado en condiciones de una verdadera propiedad social, a la anarquía de la producción y las crisis periódicas provocadas por la competencia entre los distintos tipos de propietarios fabricantes de un determinado producto sin compradores en las circunstancias del mercado capitalista, males que por cierto hoy aparecen amortiguados en los países desarrollados por facilidades brindadas para adelantar consumos, entre otros recursos condenados al fracaso.

Es necesario recordar cómo Engels utilizó el ejemplo de la unión en un trust de las 48 grandes fábricas inglesas de álcalis el pasado siglo para argumentar que aquí ya hay un plan, pero que ningún pueblo toleraría la explotación de la colectividad por un pequeño grupo (Engels, s.a. ( a ). pp.442-443 ). Siguiendo la teoría marxista , pienso que otra cosa sería si cada una de las 48 fábricas mencionadas hubiera sido transformada en una "sociedad cooperativa", las que estarían "unidas " bajo la organización de lo que fue el trust capitalista, ahora socializado y por ende desmonopolizado.

Consecuentemente con lo fundamentado por Marx y Engels acerca de la organización socialista general de la economía y teniendo en cuenta la existencia del mercado y por ende también del dinero, el cual sólo podría ser sustituido a escala planetaria si la ciencia corrobora la vía propuesta por Marx, se pudiera intentar una definición de planificación probablemente más palpable que las empleadas por la literatura socialista conocida al tener incorporadas las condiciones en que se realiza. Así, la planificación, en su esencia, podría entenderse como el proceso mediante el cual cada rama económica armoniza socialmente sus objetivos productivos en el mercado, de tal manera, que en el largo y el corto plazo todos los colectivos de productores que la integran garanticen la venta total de sus productos.

Para dicha armonización ya existen distintas prácticas en el mundo de hoy como son el marketing, (aunque aquí sería ramal), la experiencia japonesa en materia de coordinación interempresarial y la de muchas grandes corporaciones capitalistas con más de una fábrica que producen valores de uso iguales.

No obstante, de todas formas se necesitaría de la existencia de un núcleo central en el conglomerado que haga de contrapartida de las corporaciones y de coordinador entre ellas, así como que resuma los planes y garantice la dirección estratégica del sistema productivo.

Tal vez con la definición de planificación propuesta se ayude, entre otras cosas diferenciar la misma no sólo de aquellos procesos previsorios y secuenciales asociados más bien a la toma de decisiones en lo que respecta a la política económica sino de la propia estrategia de desarrollo económico con la cual a veces se confunde. La planificación pues, no debe igualarse a la programación.

Sin embargo, es importante resaltar que para que exista una genuina planificación las actividades de una rama deben estar agrupadas bajo una única organización. El hecho, tomando un ejemplo de tantos, que exista en Cuba un Ministerio de la Construcción por una parte y 14 empresas constructoras del Ministerio de la Agricultura por otra, impide que se pueda realizar una planificación auténtica en el sector constructivo. Incluso, de resolverse esta problemática, no debe extrañarnos que producto de la práctica anterior, se manifieste un exceso de capacidades al establecerse una competencia armónica en condiciones de mercado de la cual se beneficiaría - ¿ por qué no ? - el necesario capital extranjero asociado y por asociarse a las entidades que compongan las corporaciones.

No tener en cuenta las mencionadas condiciones de partida del concepto de propiedad social en lo que respecta a la planificación, es lo que a mi juicio ha limitado sus resultados tanto en los países del "socialismo real" como en los capitalistas.

En los primeros, los objetivos eran trazados en condiciones burocráticas bajo el cómodo amparo del presupuesto nacional y sin considerar la competencia armónica. En los segundos que la practicaban, ocurrió algo similar en su sector público, además de que la vida demostró la inviabilidad de tratar de orientar intereses privados rivales hacia un objetivo nacional.

Por demás, los objetivos nacionales y privados envejecían rápidamente debido a la propia turbulencia que crea en el entorno la competencia anárquica y ningún otro recurso similar bastó para dar respuesta al problema. Comienza a introducirse entonces en la segunda mitad de los años 80 la concepción de Planificación Estratégica en áreas específicas del sector público, idea que desde hace más de dos décadas introdujeron las grandes corporaciones transnacionales para resolver con nuevos métodos la rigidez que reveló el tradicional concepto de planificación, por lo que a esta última muchos prefieren llamarla hoy Dirección Estratégica.

Como parte de la moda de cambiar las palabras y los métodos correspondientes en el tratamiento del futuro en vez de hacerlo con las condiciones sociales de producción, se ha popularizado en los últimos tiempos la prospectiva, un ingenioso y activo recurso de reflexión colectiva que busca, mediante su "caja de herramientas" viejas y nuevas (los métodos de análisis estructural, los impactos cruzados, el Delphi, los escenarios, etc.) anticipar los acontecimientos en vez de sufrirlos, para dar pertinencia, coherencia, verosimilitud y transparencia a la acción estratégica. Concebida para el mundo empresarial, la prospectiva tiene un éxito creciente en organizaciones regionales y colectividades locales. Una de sus máximas, "El futuro es la razón de ser del presente", tendría con la aplicación del método prospectivo una más completa realización social en lo que respecta a la planificación a largo plazo en las condiciones de la organización socialista de la economía.

Sin embargo, la desburocratización y la flexibilización inherente a la idea expresada, no deben asociarse a un debilitamiento del control. El plan sería un importante componente de este último, pero habría otros.

  • Un control distinto

Quizás el aspecto más propiciador de control, tanto desde el punto de vista organizativo como el sicológico, sea el aislamiento de las corporaciones sociales del presupuesto nacional y por tanto sean sus miembros (productores-consumidores-ciudadanos a la vez) quienes soporten o disfruten los resultados de su trabajo. Por la misma razón se produciría una gran racionalización en los mecanismos internos de control. Sin embargo, es normal que existan controles externos. Uno de ellos sería el partidista, el cual podría estar dirigido sobre todo a los aspectos estratégicos del desarrollo de la sociedad, incluyendo su plasmación práctica. Otro, el parlamentario, estaría concentrado fundamentalmente en los planes y como estos cumplen los objetivos generales productivos. El Parlamento también atendería los proyectos económicos específicos y los reportes sobre la actividad de las corporaciones.

Mientras se justifiquen los ministerios globales, estos, como instrumentos del Estado, llevarían a cabo controles fiscales, laborales y de seguridad y asistencia social, así como los judiciales, ya que es vital velar por el cumplimiento de las leyes de la esfera, entre las cuales se destacaría la Ley de empresa. A propósito del tema jurídico, es necesario observar que, al menos durante el período de coexistencia con las formas de propiedad privada (transición), los fundadores del marxismo prevenían en cuanto a que la propiedad social sobre los medios de producción y la tierra no excluía de ninguna manera el mantenimiento de la relación de arriendo, de alquiler, vinculándola al posible pago de indemnizaciones. Ello matiza el propio control de la sociedad sobre esos recursos (Engels, 1973, p.391).

Por su parte el control crediticio jugaría el rol que le corresponde, mientras que no menos relevante sería el papel de la prensa la cual se comportaría en relación con la actividad económica pública como un verdadero centinela social. También serían importantes las asociaciones de consumidores.

Debe entenderse que las medidas enunciadas responden a la necesidad de cambiar las reglas de juego del socialismo en materia de control económico. Una mirada al caso de Japón demuestra que a pesar del desarrollo y complejidad de su economía, éste dispone de un aparato estatal-ministerial pequeño y eficiente para atender con una voluntad de equipo la esfera productiva (12), aunque a pesar de ello un importante teórico, Kenichi Omhae, considere a Japón un país todavía burocrático y proponga que los ministerios se transformen en organismos de consumidores (Contrapunto, 1992).

Pero aunque la esfera productiva que tratamos aquí es la que cubren las grandes agrupaciones de empresas estatales, es oportuno analizar teóricamente, y no sólo desde el punto de vista del control, el fenómeno de las pequeñas y medianas empresas en los países de orientación socialista.

  • Empresas menores y socialismo.

Probablemente no pocas personas, incluso de izquierda, se disgusten inicialmente si, en medio de los aires de cambio existentes, se insiste con la idea de que en el socialismo construido no podrían sostenerse las pequeñas y medianas empresas (PYME's) fuera de la propiedad social y, por tanto, serían absorbidas gradual y favorablemente para todos por ese más competitivo conglomerado productivo único, fundamentalmente de PYME's, que representa dicha propiedad.

Sin embargo, ello no debe traernos a la mente la colosal incompetencia que en general demostró el tipo de gestión estatal conocido en materia empresarial. Una pregunta puede hacernos reflexionar. ¿Cómo se las ingenia la gigantesca firma norteamericana McDonals para mantener una misma imagen competitiva a través de sus miles de pequeñas unidades dispersas por el mundo?

No es que se quieran hacer necesariamente loas a las franquicias o a las licencias, pero ya hoy debiera ser evidente que el gran tamaño de las organizaciones no tiene porque ser sinónimo de pesadez y torpeza, pues estos "atributos" los crean las trabas organizativo-burocráticas y las tecnologías obsoletas. Incluso, está reconocido y establecido que el paradigma de la gran producción en el presente es precisamente el de la masificación de la diversidad.

No obstante, en los países que construyen el socialismo, como Cuba, las pequeñas y medianas empresas privadas deben propiciarse sin espontaneidad, para evitar costosas quiebras, allí donde no serían suficientemente fuertes las corporaciones sociales o donde se requiera una determinada complementariedad productiva. "La pequeña producción -observó Marx- es una condición necesaria para el desarrollo de la producción social" (Marx, 1983ª. p. 698).

En condiciones de escasez de recursos la inversión privada y la ayuda o crédito a particulares proveniente de fuentes de ese mismo origen, significaría un impulso estratégico a la corporación nacional encargada de desarrollar y socializar con el apoyo de los bancos estatales una rama específica.

Sería inteligente establecer como política en materia de pequeñas y medianas empresas el ofrecer créditos más ventajosos a las empresas productivas cooperativas que a las de otras formas de propiedad y a todas las formas productivas prioritariamente en relación con las empresas comerciales. En el futuro y en el momento económico propicio, las empresas privadas mencionadas estarían económicamente motivadas a incorporarse a las grandes más competitivas, ya sea por la vía de la venta o de la unión voluntaria.

A fin de cuentas, ya Marx había observado en relación con la propiedad pequeño burguesa que "no tenemos que abolirla: el progreso de la industria la ha abolido y está aboliendo a diario" (Marx, s.a..(c), p.44). Y aunque hoy en los países altamente desarrollados las leyes antimonopolios evitan la absorción de las firmas menores que funcionan acertadamente para prevenir el debilitamiento de la competencia y los mecanismos de mercado, en el socialismo reorganizado la competencia sería armónica y al estar verdaderamente socializada la producción, el monopolio dejaría de serlo.

Todo ello debe llevar a la certeza de que si se organiza científicamente la orientación socialista del desarrollo económico, aquellas famosas preguntas de Lenin acerca de "¿Quién vencerá? ¿El capitalismo o el poder soviético?", no demuestran sino los vacíos teóricos de una época cuyo completamiento conceptual ocurrió más de tres décadas después con el aporte organizativo de las grandes corporaciones capitalistas. Ello haría viable lo que el mismo Lenin llamó "el régimen de los cooperativistas cultos" (Lenin, 1987 p.389).

  • Los precios: monopolio que no lo es.

Una de las categorías más centralizadas en el socialismo conocido fue la de los precios. A esto contribuyó fundamentalmente el tipo de propiedad estatal adoptado por esas sociedades.

Pero hay otra característica de los países socialistas vinculada al tema de los precios. Las circunstancias históricas del surgimiento del socialismo en naciones no precisamente a la vanguardia productiva, mostraron la aparente paradoja en materia de valor y de su manifestación en dinero, el precio, que mientras el desarrollo tecnológico llevó a los países capitalistas industrializados a disponer de la capacidad de producir cada vez más productos en el mismo tiempo de trabajo (o lo que es lo mismo, emplear cada vez menos tiempo en fabricar un producto), lo cual define el valor de los bienes y por ende su abundancia o escasez relativas, los países socialistas, retrasados en este sentido, se veían obligados en general a vender en las naciones capitalistas sus manufacturas más escasas a un precio menor al de sus competidores. Muchos ejemplos hay de esta situación.

El razonamiento nos lleva a pensar que el socialismo, incluso como bloque, no tuvo en cuenta el hecho de la unidad de la economía mundial y que por lo tanto, nadie puede sustraerse de la competencia internacional si no desea sufrir un descalabro en todos los órdenes.

Sin embargo, no sólo en lo internacional hay que aceptar el reto. En el plano interno y como base de la competencia hacia el exterior, la propiedad estatal está obligada a renovarse y a ser competitiva y atractiva en relación con las formas de propiedad restantes. Pero para ello los precios de los productos estatales deben estar descentralizados y reflejar la verdadera abundancia o escasez relativa del mercado, definidas, por el lado de la oferta, por la tecnología. Bajo este marco, y al estar vigente el período de transición, es a mi juicio válido para la nueva empresa estatal lo que Marx observó en las cooperativas privadas …"por el momento…los obreros asociados son sus propios capitalistas, es decir, emplean los medios de producción para valorizar su propio trabajo" (Marx, 1983b, p.460). En relación con ello, la famosa máxima de Lenin merece ser precisada: "el que no vende no come".

Cualquier exceso en materia de precios se detectaría a través de los controles que se establezcan para observar el cumplimiento del objetivo general de la producción social vinculado a la problemática de los precios (ver el punto 5 del cuadro #1), cuyo respeto modificaría por primera vez en la historia el propio concepto de monopolio aunque sólo existiera en el país de que se trate una sola fábrica del producto determinado. Bajo esta forma organizativa los precios estarían más fundamentados científicamente en su vinculación al ahorro y al consumo, a la vez que se haría obsoleto el ministerio o área de este que se ocupe del tema.

Es cierto que si, por ejemplo, analizamos una rama concreta en Cuba, puede existir un desarrollo tecnológico desigual en sus fábricas e, incluso, la más avanzada quizás esté por debajo de los estándares mundiales, no pudiendo por tal motivo aspirar a competir de entrada eficientemente en base a costos en los mercados importantes. Pero existen adicionalmente otros mercados, incluido el interno, donde obtener divisas para ir mejorando la tecnología. Además, se tiene la posibilidad de la asociación con firmas extranjeras de vanguardia, que son las que hay que atraer, y la propia fuerza que brinda la unión corporativa explicada, tanto en el aspecto económico como en el creativo. Sin embargo, la entidad productiva que no pueda lograr la rentabilidad debida a través de los precios deberá ser paralizada y repensada.

La estrategia aquí sería la de alcanzar un equilibrio tecnológico en el plantel productivo acorde con los niveles mundiales, lo que unido a la nueva concepción en la planificación, propiciaría la homogeneización y la tendencia a la reducción de los costos y los precios de las mercancías nacionales con iguales valores de uso.

El antecedente directo de esta práctica en la realidad actual son las grandes corporaciones capitalistas que al crecer a través de la historia asumieron su propia competencia interna.

  • Un ejemplo necesario.

En lo que pudiera ser un proceso de metamorfosis gradual de los ministerios ramales cubanos hacia formas corporativas desburocratizadas ajena al presupuesto nacional, debiera considerarse para los primeros la experiencia mencionada en cuanto a descentralizar hacia las empresas lo operativo y centralizar lo estratégico.

El propio Che Guevara, un estudioso de las técnicas utilizadas por las grandes compañías capitalistas de su época, se pronunció en 1963 por "…tener una determinada cantidad de decisiones a niveles jerárquicos superiores". Añadiendo a continuación: "Tampoco todas en el ministerio, una gran cantidad y cada vez más en las empresas y otras en las fábricas" (Pérez, 1979).

En tal sentido, imaginemos que aplicamos de forma muy general lo expuesto a una actividad específica de la economía cubana. Por su relevancia vamos a seleccionar a la industria azucarera, la cual ha tenido no pocos tropiezos en los últimos años y, aunque se recupera, aún se encuentra lejos de alcanzar su nivel productivo potencial.

Lo primero que debe precisarse aunque parezca una verdad de perogrullo, es que la misión de esta actividad es elaborar productos primarios y subproductos (azúcares, mieles, guarapo, bagazo, cachaza). Sin embargo, se insiste en ello porque tanto la producción cañera cono la de derivados de dichos bienes, se podrían integrar, respectivamente, a la corporación agrícola cubana y a la que les corresponda a los segundos de acuerdo con la rama en que clasifiquen.

Este principio de especialización en base a la separación administrativa fabril de la parte meramente agrícola, que hoy cuentan con un mando ministerial único, comenzó a aplicarse gradualmente en Cuba a partir de la propuesta en base a la multiplicación de la propiedad, del influyente conde de Pozos Dulces, realizada como consecuencia de la crisis financiera y mercantil de 1857 que afectó gravemente a la agricultura de la isla (Guerra, 1985, p.573)

La nueva idea, que recoge lo mejor de los dos sistemas conocidos, es ir a la transformación gradual de dicho aparato ministerial en una corporación azucarera, la cual deberá nacer desburocratizada y separada del presupuesto nacional para llevar a cabo su misión.

Partiendo de los objetivos específicos para la rama, que se basarían en los generales de toda la producción socialista, en dicha corporación estarían centralizadas las funciones estratégicas, es decir los aspectos financieros, la investigación - desarrollo (incluido el marketing) y la estrategia de desarrollo, a la cual estaría lógicamente asociado el proceso inversionista. Desde luego, los aspectos estratégicos se tratarían en estrecha y democrática vinculación con la base productiva de la corporación, es decir, las 156 centrales existentes (si el mercado no aconseja disminuir su número), los cuales desempeñarían descentralizadamente las funciones operativas de la organización corporativa, adoptando cada uno una forma de producción cooperativa acorde con la cuota que le corresponda del mercado (plan). Ello brinda una mayor claridad en cuanto a como aplicar la fórmula "de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo", con vistas a eliminar el trabajo asalariado.

Las funciones operativas incluirían los acuerdos en materia de precios con los suministradores libremente elegidos y clientes, teniendo en cuenta que algunos precios les vendrían impuestos a las fábricas ya sea por la vía del mercado mundial o por virtuales acuerdos de alcance nacional sobre productos específicos.

También en las fábricas de azúcar se decidirían los asuntos de personal, las cuestiones de contabilidad, jurídicas, relaciones públicas y toda tarea funcional de carácter operativo. La elección de los dirigentes sería de abajo hacia arriba.

Finalmente, no puede perderse de vista que la materialización real de un empeño de tal naturaleza, por la complejidad y magnitud de las maniobras que ello implica, no pudiera decirse que pueda verificarse en lo inmediato, pero si es necesario comenzar, en primer término, a meditar acerca de este particular y sus efectos previsibles y, en consecuencia, comenzar a actuar en el sentido de ir generando las condiciones para, gradual y articuladamente, dar los pasos que sean aconsejables en cuanto al logro de los objetivos señalados.

A MODO DE CONCLUSIONES: LOS LIMITES ENTRE LO PRIVADO Y LO DE TODOS

Después de examinar lo que ocurrió y ocurre con la inmensa mayoría de las empresas estatales a las que les fue aplicada una concepción organizativa similar en uno u otro campo político, y como continuación a la presentación de una visión nueva, aunque inacabada sobre la organización empresarial socialista, se estima necesario por su extraordinaria relevancia analizar con mayor profundidad el tema de la propiedad económica.

Aunque es enorme el desarrollo alcanzado en el mundo en disímiles esferas del saber, y no obstante constituir la propiedad sobre los medios de producción una cuestión tan omnipresente den la vida de cualquier país, el conocimiento científico acerca de este tema ha sido realmente pobre. Ello está estrechamente vinculado al velo que ha cubierto el pensamiento de Marx sobre el particular.

Como vimos cuando se examinó el párrafo donde el pensador alemán aplicaba las leyes de la dialéctica a la evolución de la propiedad durante el desarrollo del capitalismo en los países avanzados de su época, son sólo tres las formas evolutivas de posesión económica vistas desde el ángulo de quienes trabajan o no directamente: la propiedad privada individual, la privada capitalista y la individual, esta última ya como solución dialéctica. Las infinitas modalidades que a primera vista se manifiestan parten de estas posiciones de clase vigentes ante el trabajo directo.

La primera de ellas, también hoy llamada "trabajo por cuenta propia" o "autoempleo", fue anulada por las restantes formas de propiedad que se corresponden con las máquinas más productivas durante el desarrollo industrial capitalista. Los restos de esta forma inicial de apropiación están relegados en el presente a los campesinos individuales y las pequeñas producciones artesanales de las que aún no se puede prescindir.

La segunda sufrió una evolución histórica. Desde un solo dueño que explotaba a un número de obreros, y que está todavía presente en parte de la pequeña y mediana empresa mundial, hasta cientos de miles de accionistas para quienes trabajan los obreros de la organización, una proporción de los cuales puede que sean también accionistas de la asociación económica concreta. Este último estadio corresponde desde luego a las sociedades anónimas o por acciones, hoy ya de propiedad demasiado anónima, las cuales abarcan a las grandes corporaciones y conglomerados del presente y una proporción de las empresas menores.

Es interesante la observación que hizo Marx sobre estas sociedades por acciones al plantear que en ellas "el antagonismo aparece abolido negativamente" (Marx, 1983b, p.460). El antagonismo mencionado, que no es otro que el capital-trabajo, queda en ellas anulado debido a la multiplicación de los propietarios que trabajan o no directamente en relación con la variante de propiedad privada capitalista que viene de los inicios de este modo de producción, basada en un solo dueño que no producía a derechas. Sin embargo, dicha anulación la expresa Marx con signo negativo porque en dichas asociaciones económicas existen accionistas que no son obreros directos.

Esta interpretación del pensamiento de Marx se sustenta al contraponer éste las cooperativas privadas a las sociedades por acciones en el mismo párrafo de "El capital". En las cooperativas -se dice allí- el antagonismo "aparece abolido en sentido positivo".

Marx dio el nombre científico de propiedad individual al cooperativismo armónico (solución dialéctica) pues apreció que lo privado, tanto en lo que se refiere a la explotación que produce la forma capitalista, como al aislamiento de las cooperativas de grupos y del trabajador por cuenta propia, desaparece allí. Lo privado en un grupo cooperativo sólo quedaría erradicado en el socialismo, al organizarse una unión de cooperativas y por tanto conformarse una gran colectividad.

Teóricamente esta asociación de cooperativas la fundamentó Marx a partir de la utilización de la tríada del desarrollo que viene de los filósofos griegos y que después había perfeccionado Hegel. A través de la Ley de la negación de la negación, la afirmación o tesis (la propiedad privada individual) es negada por la negación o antítesis (la propiedad privada capitalista dada en las grandes corporaciones, su mayor logro), la que a su vez se niega por la negación de la negación o síntesis (la propiedad individual o cooperativismo armónico), que en un plano superior conserva rasgos de ambos estadios precedentes.

De hecho, lo que Marx planteó como síntesis prospectiva es también hoy, pudiera decirse, una suerte de híbrido entre los dos sistemas socioeconómicos conocidos en este siglo y por tanto se revela un tercero con lo mejor de ambos que nunca ha existido, ni siquiera en la Yugoslavia de la autogestión también en alto grado burocrática. Desde el punto de vista de la interrelación base - superestructura en la esfera de la producción material, las características generales de los tres sistemas teóricos son:

  1. El capitalismo, donde unos pocos ministerios y organizaciones estatales o paraestatales vinculadas a la esfera productiva regulan desde el punto de vista de los intereses del estado la actividad de una mayoría de empresas privadas con independencia estratégica y operativa, las que compiten anárquicamente entre sí en un campo determinado.

  2. El llamado "socialismo real", donde un órgano de planificación central y numerosos ministerios y organizaciones estatales ligadas a la a la producción material deciden, desde el punto de vista de los intereses del estado, sobre la actividad estratégica y operativa de una mayoría de empresas estatales que no compiten entre sí.

  3. El socialismo remodelado, en el cual un núcleo central coordinador y distintas corporaciones separadas del presupuesto público, y con las funciones estratégicas centralizadas, organizan ramalmente la producción a través de cooperativas sociales con gestión operativa descentralizada, de manera tal que la competencia armónica entre estas últimas equivalga al plan nacional del producto que corresponda.

Se pueden verificar, y de hecho se han verificado, variantes de lo expuesto, pero estas parten de mezclas de rasgos de los sistemas descritos. La llamada "tercera posición" socialdemócrata, hoy con una lógica crisis de identidad, es un ejemplo de ello, fundamentalmente en lo que respecta a los dos primeros enunciados.

Precisamente, el socialismo real fracasó porque la supuesta síntesis que representaba no portó los atributos de la tesis y la antítesis precedentes. La falta de dominio teórico y las características de las sociedades de partida motivaron esto.

Así por ejemplo, difícilmente del Japón de hoy pueda surgir un socialismo repleto de ministerios e hipercentralizado donde todos en el sistema productivo sean asalariados y por tanto nadie se sienta realmente dueño de nada. La propiedad de todos no es la propiedad de nadie, como criticó en el tiempo Yuri Andropov. En realidad, por no ser verdaderamente de todos es que esa propiedad tenía que ser necesariamente de nadie, lo cual trajo y trae toda una secuela de aberraciones y delitos.

Según opinó sobre el tema el jurista búlgaro Konstantin Katzarov, especialista de reconocido prestigio mundial en materia de nacionalizaciones, "La idea de que cada ciudadano o cada obrero es propietario de todas las empresas estatales es, en efecto, demasiado abstracta para ser asimilada fácilmente por el obrero y por el consumidor. En cambio, la idea de que determinada empresa pertenece no a un propietario privado, sino al Estado en la persona de los obreros y de los empleados de la empresa es más concreta y aceptable" (Katzarov, 1963, p.389). Algo así como un "ciudadano de la empresa" de acuerdo con la expresión de un autor francés que el propio Katzarov cita en el mismo material.

Interesantes coincidencias con el socialismo que para la etapa de transición, por existir todavía el Estado, esbozó Marx en el pasado siglo. En Marx, la propiedad del pueblo, del ciudadano, del productor, sobre los medios de producción, es real, lo que ocurre es que se hace superflua, implícita e innecesaria su mención al ser todos propietarios con igual rango, como mismo ocurriría con el grado militar en un ejército de generales de cinco estrellas.

La propiedad social es una forma de organizar la propiedad humana, no de anularla, lo cual ocurrió en el socialismo burocrático conocido, también la organización es lo que debe diferenciar la propiedad social marxista de las formas privadas. La competencia armónica o emulación, en la primera es lo que se contrapone a la competencia anárquica entre las segundas, pero para ambas los precios deben expresar irremediablemente la escasez o abundancia relativa de los factores, mientras el dinero no pueda ser sustituido. En correspondencia, desestatizar no significa necesariamente privatizar, puede denotar también socializar si hablamos de una propuesta donde las corporaciones sociales autofinanciadas sustituyen a los ministerios en lo que se refiere a sus funciones de administración de empresas.

Lo ocurrido finalmente pudiera considerarse como una derivación de la existencia de dos alternativas de Estado al enfrentase la construcción socialista, uno con tendencia a ampliarse y por tanto a burocratizarse aún más en relación con su antecesor, y otro con inclinación a reducirse gradualmente hasta desaparecer en un futuro indeterminado.

En el primero, los obreros no lograron sentirse verdaderos dueños pues no podían decidir descentralizadamente a partir de objetivos generales, su propia sindicalización como contraparte de la administración fue uno de los síntomas de esta situación.

Y de eso se trata, que la decisión que expresa la propiedad social o lo que es lo mismo la propiedad individual del socialismo, sea por su libertad de opción como la privada que conocemos, pero que quienes la protagonizan tengan las condiciones organizativas creada para actuar como nación. Elementos vitales serían el estudiar las formas de arriendo recomendadas por los fundadores, la adecuada configuración del eje centralización- descentralización en las agrupaciones de empresas, el diseño preciso de los objetivos generales de la producción, así como el desempeñarse independientemente del presupuesto nacional conocido, pues toda actividad económica ajena al gasto público forma parte automáticamente de algunas de las modalidades de la propiedad humana.

De ello depende que la segunda posibilidad de Estado, aquella donde la burocracia que subsista aparezca subordinada al productor social, se abra pasa gradualmente por primera vez. Así, al extinguirse dicho Estado, dejaría un modo de producción científicamente organizado (el medio) cuya construcción desde ahora es estratégica pues equivale al ser social, el cual para los marxistas determina la conciencia social o sea, el pensar del hombre nuevo (el fin) al que la humanidad aspira. También se identifica dicho modo con una buena parte de la sociedad, no con la civil, pues ya no habría Estado o sociedad política al cual contraponerla, como está de moda hoy, sino con esa importante proporción de la sociedad armónicamente organizada para producir, la cual iría ganándole espacio gradualmente a la sociedad de las formas no socialistas, durante el necesario tránsito.

En consecuencia, y al decir de Engels sobre el futuro socialista, "El gobierno sobre las personas sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción" (Engels. s.a., (a), p.446). Ello no es una utopía pues la existencia de muchos ingredientes y expresiones de socialismo en el mundo de hoy, brinda la debida solidez práctica a la voluntad teórica para que esta última pueda conceptualizar lo que sería la revolución definitiva del socialismo científico: la de su modo de producción.

Diciembre de 1996

Agradecemos al Lic. Luis Marcelo y al Instituto Nacional de Investigación Económica de Cuba por permitirnos la reproducción de su artículo.