La necesidad de encontrar alternativas al capitalismo, nos llevó a un material inédito del “Che”, que a través de su crítica “valiente y antidogmática”, “piensa, duda y discute sobre como construir el socialismo”. La crisis económica, la eclosión nuclear en Japón, la rebelión en África, la ultraderecha republicana, agregan incertidumbre, también esperanza. Con el espíritu del “Che”, pensar juntos ese mundo posible y necesario. Decir lo que se piensa, actuar de acuerdo a lo que se dice.

26 de mayo de 2011

La Cuestión del Comunismo. Lucien Sève

La Cuestión del Comunismo.

Lucien Sève.


Exposición realizada en el plenario de clausura del Congreso Marx Internacional donde se debatía el tema: ¿Qué alternativa al capitalismo?. El autor se basa en una lectura en profundidad de los Grundrisse de Marx para analizar los fenómenos contemporáneos y en particular las condiciones de la viabilidad y puesta al orden del día del comunismo.

Dar su pleno sentido al tema que nos ocupa: "¿Qué alternativa al capitalismo?" exige plantear, para llamarlo por su verdadero nombre marxiano, la cuestión del comunismo. Para ser claro, estructuraré mi intervención en torno a varias tesis -es decir, por supuesto, hipótesis que espero mostrar que no son arbitrarias. Y, para atenerme al tiempo fijado, me limitaré a sostener tres.

1

Tomando la palabra "alternativa" al pie de la letra, el interrogante "¿qué alternativa al capitalismo?" consiste en preguntarse cuál es el otro del capitalismo en el seno de la identidad en forma de dilema que constituirían juntos. ¿Pero qué dilema? La respuesta ha parecido obvia desde hace más de un siglo: propiedad privada o propiedad social de los grandes medios de producción y de cambio.

Desde este punto de vista, lo que se ha llamado "socialismo real" ha sido el otro del capitalismo, es decir, lo contrario dentro de un mismo género. Lo contrario: digamos, para proseguir muy rápidamente, plan versus mercado. El mismo género: el de la puesta en acción de un tipo idéntico de aumento de la productividad fundado, según las lógicas industriales, sobre la acumulación de trabajo muerto como condición primordial de eficacia creciente del trabajo vivo.

El mejor índice de esta identidad esencial tras la antinomia inmediata, ¿no es la consigna que dominó la involución brezhneviana de los países socialistas: "alcanzar el capitalismo "? A la pregunta "qué alternativa al capitalismo", entendida en el sentido exacto de la palabra "alternativa", la respuesta no está ni lógica ni históricamente, delante de nosotros sino detrás de nosotros: tal alternativa no es otra que el fenecido socialismo de tipo soviético, que perseguía el proyecto inviable de alcanzar al capitalismo sin mercado ni democracia verdaderos. Resulta la conclusión que a muchos parece evidente: estaría demostrado que no existe alternativa viable al capitalismo. Lo único que se podría buscar sería no una alternativa sino variantes en la manera de regular y circunscribir este elemento insustituíble de las sociedades desarrolladas: el mercado capitalista. Si se considera -tal como es mi caso y sin duda el de muchos entre nosotros- que los estragos de todo tipo que produce hoy el capitalismo y, aún peor, los que nos promete para mañana son absolutamente inaceptables, la pregunta abierta que conviene plantearse es pues, me parece, no la de una alternativa al capitalismo que gire, de hecho, en la misma órbita, aunque fuera en el polo opuesto, sino la de la superación, en que la órbita misma resulte profundamente transformada. Tal es la problemática, no alternativa sino revolucionaria en el sentido propio dado por Marx, y es en esta problemática que se inscribirá mi reflexión. No se trata entonces de buscar alguna variante a la forma social hoy dominante ni siquiera de invertir tal o cual signo en una fórmula general incambiada sino, por el contrario, para retomar algunos de los temas más ambiciosos de Marx, de poner fin a las grandes alienaciones históricas llevadas al límite por el modo de producción capitalista, de cerrar con él la era milenaria de las sociedades de clase, de salir de la prehistoria humana. Se trata de "cambiar de base". Para este movimiento de superación radical, Marx reservó el nombre de comunismo. En este sentido, más allá de las cuestiones tan embrolladas que hoy puede promover el uso político de este término, diría que el problema ineludible que está planteado ante nosotros es siempre y nuevamente el del comunismo. Pero precisamente porque la perspectiva del comunismo nos proyecta fuera de la órbita del desarrollo histórico actual, ella choca con una objeción cardinal: la de su irrealidad. La visión muy extendida -aunque no marxiana- del comunismo como un "ideal"no tiene por el momento existencia alguna. Inscribirla en la sucesión no acabada de las formaciones sociales, ¿no equivaldría a introducir las quimeras en la clasificación de las especies vivas? Objeción que no perturba a ciertos utopismos, que aceptan sin dificultad que el comunismo sea solamente una idea reguladora de nuestras prácticas políticas. Pero en esta acepción es evidente que pierde toda consistencia en tanto perspectiva de superación efectiva del capitalismo. Así la extraordinaria originalidad de Marx es querer incluir rigurosamente esta anticipación visionaria del futuro en un análisis materialista-crítico del presente. Allí está el punto crucial para las actuales relecturas críticas de Marx. La actitud, sin duda alguna dominante hoy, es de estigmatizar esta inaceptable confusión de géneros epistemológicos: por ejemplo, cuando en el capítulo XXIV del Libro I de El Capital, Marx nos presenta "la expropiación de los expropiadores" como una histórica negación de la negación que debe cumplirse, dice, "con la ineluctabilidad de un proceso natural". Muchas veces se ha recalcado, incluso en este congreso, que se trata de una transición inadmisible de la comprobación empírica a la construcción normativa, mediante una visión teleológica de los procesos sociales que contradice radicalmente los principios del materialismo histórico. De modo que no habría motivo para asombrarse de que nuestro siglo haya sido en este aspecto el de las esperanzas cruelmente insatisfechas.

Pese a los méritos de estas consideraciones, mi tesis no es por eso menos firme en cuanto a que ellas no invalidan lo esencial. Admito que valen contra aforismos globalizadores en que la dialéctica hace las veces de deux ex machina especulativo. Pero sostengo que estos poco frecuentes enunciados remiten, en Marx a un vasto trabajo analítico que en sus principios, en todo caso, escapa enteramente a la objeción. Este trabajo de Marx consiste en poner en evidencia la producción, empíricamente atestiguada por el movimiento del capital de los supuestos objetivos de su propia superación; no son nada más que supuestos previos que, aprisionados en las formas capitalistas, son incapaces por sí mismos de revertirlas en el sentido comunista y no hacen más que agudizar en ellas contradicciones devastadoras, pero presupuestos no menos esenciales de aquella superación. Ejemplo: el dinamismo con que el modo de producción capitalista desarrolla sin pausa la productividad real del trabajo engendra condiciones materiales que, al mismo tiempo, hacen cada vez más posible el desarrollo libre y pleno de los productores y los exigen más y más fuertemente en aras de una productividad todavía mayor: ¿no es ése el centro de la actual "crisis del trabajo"? No hay ahí ningún resbalón teleológico. Crear las premisas de una forma social en que cada uno podrá recibir "según sus necesidades" no es para nada la finalidad de la actividad capitalista: su finalidad es y sigue siendo la maximización de la cuota de beneficio, de manera que ella produzca no la riqueza para todos sino la pobreza relativa e incluso la miseria absoluta para la mayoría. Pero no puede tender hacia esta productividad superior sin crear por eso mismo, "a sus espaldas" y "cabeza abajo", como le gusta decir a Marx, supuestos objetivos para un modo de producción y de distribución profundamente diferente, que a nosotros nos incumbe construir a partir de aquéllos, si nos lo proponemos como finalidad consciente.

"Si la sociedad tal cual es no contuviera, ocultas, las condiciones materiales de producción y de circulación para una sociedad sin clases, todas las tentativas de hacerla estallar serían otras tantas quijotadas" escribe Marx en los Grundrisse.

No veo en esto ningún paso fraudulento del indicativo al condicional, de lo empírico a lo normativo, sino sólo la base de un optimismo histórico razonado: "la humanidad no se propone nunca, más que tareas que ella misma puede resolver", en la medida en que la toma de conciencia y la función de la tarea como posible esté sostenida por el proceso de formación tendencial de sus supuestos objetivos. Nada más, nada menos. El éxito no está jamás garantizado, pero la desesperanza metafísica queda descalificada. En este sentido, hablar de "ineluctibilidad de un proceso natural" entraña, sin duda alguna, un deslizamiento muy peligroso: hay que pensar el proceso en términos no de una necesidad mecánica ilusoria, sino de una posibilidad dialéctica real. Pero, bajo esta segunda forma, es un pensamiento de importancia capital.

Mi tesis número uno es pues, la siguiente: la cuestión comunista es en primer lugar una cuestión de hecho.

¿Sí o no, el movimiento actual del capital continúa acumulando, cabeza abajo, los supuestos objetivos de la superación de la sociedad de clases? Si es no, ningún "ideal " o "utopía", ninguna política que reivindique el comunismo podrán hacerlo revivir. Si es , ninguna bancarrota histórica, por aplastante que haya sido, estará en condiciones de retirarlo del orden del día. Es necesario entonces reelaborar una propuesta comunista adaptada a esta cuestión insoslayable.

2

¿Qué supuestos de su propia superación produce el capitalismo?

En la lectura tradicional de Marx y de Engels por parte del movimiento obrero revolucionario, lo central era sin duda alguna lo siguiente: basado en el carácter privado de los medios de producción, el capitalismo imprime a la producción un carácter cada vez más social. De esta premisa resultaban los rasgos principales del "socialismo científico": la tarea histórica era convertir en social la propiedad de los grandes medios de producción y de cambio, lo que presuponía la conquista del poder político por la clase obrera y, por lo tanto, su organización en un partido apto para esta conquista, abriendo así la vía a la abolición del capitalismo. Hoy evaluamos de qué lectura reduccionista solamente del Libro I de El Capital se nutría tal concepción. Al considerar decisiva la cuestión del modo de propiedad (y ni siquiera de posesión efectiva) de los medios de producción, ella permanecía ciega ante relaciones y lógicas de orden más fundamental, como el tipo de progresión de la productividad, con el sacrificio de seres humanos y de la naturaleza que le es inherente, el carácter socialmente alienado de las regulaciones más importante, con los despojamientos de todo tipo que están ligados a ello. En tal sentido, el "socialismo real" no ha sido a fin de cuentas -aún si no se ha reducido enteramente a ello- más que una alternativa estatista del modo de apropiación capitalista, de cuya órbita renunciaba así a escapar sin darse cuenta de ello. De tal modo, hay lógica en que haya finalmente recaído en él.

Sin embargo -no pocos de los trabajos de estas últimas décadas lo han mostrado- hay en Marx mismo ideas que llegan mucho más lejos a lo esencial en el estudio histórico-crítico del capitalismo. Por falta de tiempo, evoco aquí un solo ejemplo, que es crucial para nuestra época. Extrapolando, con un gran conocimiento de las realidades industriales de su tiempo y también, con una audacia inaudita de pensamiento, en qué medida se vería trastornada la producción por la introducción en ella, en gran escala, de la ciencia, vio aproximarse un nivel de productividad en que el tiempo de trabajo directo "desaparece como algo infinitamente pequeño" en relación a su producto, en que el hombre-productor no es más que "supervisor y regulador" del proceso de producción. De tal modo, razona, "el robo del tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparada con este fundamento recién desarrollado, creado por la gran industria misma". "El plustrabajo de la masa ha dejado de ser la condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano". Así se convierte en obsoleta "la producción fundada en el valor de cambio", encerrada en las formas contradictorias de la "penuria" en medio de la más grande riqueza, mientras que florecen los supuestos materiales del "desarrollo libre de las individualidades". (*)

Ciento cuarenta años después que fuera escrita esta página profética de los Grundrisse, ¿no hemos llegado justamente a este punto? Con la irrupción sin precedentes de la ciencia en la producción, ¿no estamos viviendo la reducción drástica del tiempo de trabajo necesario, aunque "cabeza abajo", es decir, preso de las lógicas capitalistas de la desocupación masiva, de la contratación aleatoria del trabajo, del trabajo precario, del despido precoz, al tiempo que surgen por doquier condiciones tales como los requerimientos de superación de la dicotomía esclerosante tiempo de trabajo/tiempo libre, de la reducción mercantil de la fuerza del saber y del trabajo, en síntesis, las premisas de una nueva era de la organización social y de la existencia personal? Otros supuestos, que Marx no previó, vienen por lo demás a vincularse a ello, como el inmenso auge de los servicios y la omnipresencia de la información, hoy encorsetadas en la forma-mercancía al precio de una desastrosa mutilación de las posibilidades que ellos implican: repartición de los costos, cooperaciones no depredatorias, desarrollo superior de las capacidades personales. Agregaría a todo ello un proceso naciente pero ya poderoso: el gran frenesí actual del capital en los países más desarrollados es el de convertir al mayor número de asalariados en trabajadores independientes con contratos puntuales, es decir, liberarse enteramente, no sólo de las cargas sociales sino del salario mismo. Esta tendencia inédita del capital a superar el régimen del salariado, ¿no ofrece un enorme tema para reflexionar acerca del estadio al que estamos llegando de maduración objetiva de la cuestión comunista?

Lo que pasa aquí a primer plano es, de otra manera, más que el problema de la propiedad, el de las regulaciones en su conjunto y de su carácter intrínsecamente alienado en el capitalismo, en que no cesan de crecer las potencias sociales indómitas que nos subyugan y nos aplastan. Como decía Marx en fórmulas sintéticas que sería un grave error, desde mi punto de vista, considerar como una mera especulación filosófica, la esencia del capitalismo es invertir las relaciones entre la persona y la cosa, entre el fin y el medio. La superación del capitalismo tal y como se nos presenta hoy, ¿no tiene eminentemente que ver con la de recolocar sobre sus pies esas relaciones fundamentales para construir la primacía del desarrollo de los seres humanos por sobre la producción de los bienes y de la deliberación colectiva de los fines por sobre la puesta en acción de los medios? De la socialización burocrática de los medios de producción, hay que pasar a la apropiación democrática de las finalidades de todas las actividades sociales. Desde este punto de vista, la noción de criterio, cara a P. Boccara, me parece efectivamente central, porque en la intervención para cambiar los criterios de las actividades sociales se realiza el retorno desalienante de la cuestión de los medios subordinada a la de los fines. Por ahí también se nos sugiere un cambio en profundidad en la manera de pensar el avance consciente hacia esa civilización superior que Marx llama comunismo. A lo súbito, tan brutal como poco operatorio, en definitiva, de la revolución -abolición se sustituye la figura del vuelco progresivo, de las mixturas conflictivas de formas privadas y públicas, mercantiles y no mercantiles, que evolucionan hacia el predominio de las segundas y de sus criterios, mientras que el planteo demasiado sumario del poder se ramifica, sin desaparecer por cierto, en la construcción de nuevos centros y de nuevas capacidades de decisión, apoyándose en los supuestos más desarrollados de otro orden socio-político. Una lógica esencialmente diferente de superación del capitalismo parece esbozarse aquí, no por cierto menos sino más auténticamente revolucionaria en sustancia que la que ya ha transcurrido, liberada sin embargo de las mitologías sangrientas de la lucha final y de la tabla rasa. Todo esto puede resumirse en una segunda tesis: si Marx está vivo en tanto filósofo, lo está tanto más como pensador del comunismo. Mas allá de la vulgata falaz del "socialismo científico", hay un núcleo racional, desconocido por muchos y todavía más actual hoy que en su tiempo, en su análisis del movimiento del capital en tanto productor de las condiciones materiales de su superación.

Considero que se puede generalizar el ejemplo que he dado brevemente a propósito de la productividad y del tiempo de trabajo, como podría demostrarlo el proceso polimorfo de la mundialización, de la crisis universal de las relaciones autoritarias o del irreprimible movimiento de las mujeres hacia la igualdad.

3

Si Marx produjo un concepto sustancial del comunismo cuyo contenido está pues lejos de haber caducado enteramente, nada puede sin embargo eximirnos de reelaborarlo de nueva cuenta y, para ello, volver a partir de su concepto puramente formal: el de la superación hasta el fin de los antagonismos del modo de producción capitalista y, todavía con mayor amplitud, de todas las alienaciones históricas de las sociedades de clases. ¿Y cuáles son, en las sociedades y el mundo de hoy, los supuestos objetivos de esa superación? He ahí la vasta cantera de investigación que se nos presenta si queremos reconstruir un concepto sustancial del comunismo para el siglo XXI. En ese trabajo analítico y prospectivo sobre lo real, la obra de Marx puede con todo servirnos aún de apoyo, en la medida en que nos preguntemos: ¿qué supuestos subestimó, interpretó errónemente o, sobre todo, desconoció, aunque, más no fuera por la simple razón de que todavía no se dibujaban claramente en su época? Aquí también debo limitarme a algunos ejemplos. Para Marx, el supuesto de los supuestos del comunismo era lo que llama el "desarrollo universal de las fuerzas productivas". Digamos, para abreviar, que tiene esencialmente en vista el papel de la ciencia (esta forma universal de los poderes de los hombres sobre las cosas y sobre ellos mismos) para arrancar a las fuerzas objetivas y subjetivas de la producción de su estrecha privatización. Este desarrollo universal no es solamente, a sus ojos, determinante en cuanto crea las condiciones materiales del "a cada uno según sus necesidades" -consigna premarxista que, por otra parte, nunca significó para Marx la vía libre a los apetitos individualistas, sino la libre satisfacción de las necesidades socialmente cultivadas de todos-. Al mismo tiempo, este "desarrollo universal" anula la premisa más profunda de la división en clases -esta división, escribe Engels en el Anti-Düring" se basaba en la insuficiencia de la producción: será barrida por el pleno desarrollo de las fuerzas productivas modernas". Y en el corazón de este "pleno desarrollo" figura el de los individuos mismos- "la sociedad comunista, se lee en La Ideología Alemana, es la única en que el desarrollo original y libre de los individuos no es una frase hueca…".

Pero lo que ni Marx ni Engels habían visto, y que hemos aprendido rudamente en este último medio siglo, es que este desarrollo universal tropieza, más allá de ciertos límites, con umbrales de viabilidad económicos, ecológicos y antropológicos. Esta dialéctica de la cantidad y la calidad, en la que ellos ni soñaron, da nacimiento a un nuevo conjunto de interrogantes prospectivos fundamentales. Ella nos obliga a cuestionar nuevamente, a mi juicio, de ningún modo la perspectiva de una hominización cada vez más avanzada mediante la superación hasta el fin de las grandes alineaciones históricas, sino ese concepto de desarrollo humano que varios siglos de crecimiento capitalista profundamente deshumanizador nos han hecho aceptar, en actitud poco crítica, como natural.

Este es el punto de necesaria convergencia entre una reflexión marxista renovada y la advertencia ecologista, al menos si se la concibe a su máximo nivel. Para decirlo rápidamente, no pienso en absoluto que este legítimo llamado sea capaz de poner en tela de juicio la herencia marxista, invalidando la problemática de clase; desde varios puntos de vista, muchos problemas ecológicos actuales son en sí mismos problemas del capitalismo. Pero tampoco creo que, inversamente, el pensamiento marxista tenga la capacidad de absorber la problemática de los umbrales de viabilidad, tomada en toda su profundidad, en un análisis de clase. Porque -y, a mis ojos, es la novedad esencial de los problemas de umbral-, en la exigencia de un desarrollo durablemente sostenido afloran ya preocupaciones y responsabilidades del género humano en su totalidad que sólo una sociedad sin clases podrá convertir en una realidad plenamente efectiva. Estas cuestiones son típicamente las de una humanidad comunista, aunque tropecemos con ellas en el capitalismo; nuevo y elocuente índice del momento histórico que estamos abordando.

Para aquellos que adhieren al marxismo en su letra más que en su espíritu, a quienes rechina totalmente la idea de que pueda ser actual una problemática post-clases, quisiera hacer notar que, quizás más que en el problema ecológico, esto rompe los ojos en el campo bioético. En este momento, en que la llamada revolución biomédica comienza a trastrocar las bases mismas de la condición humana -desde la condición genética al destino sanitario, desde el parentesco biológico a la actividad neuronal-, ya está planteada a cada una y cada uno de nosotros, como ser humano sin más, esta pregunta insólita: ¿qué humanidad queremos ser? Y alcanza con afrontar en el alma y la conciencia un problema bioético trascendente -por ejemplo: ¿hay que comprometerse con la vía de la terapia genética germinal, que modificaría en alguna medida la especie en toda su descendencia? -para percibir que el análisis político clasista tradicional es en este punto completamente impotente para sugerirnos una respuesta. Estamos ante uno de esos interrogantes antropológicos que serán el pan cotidiano de la sociedad comunista, ante los cuales numerosos problemas políticos actuales aparecen como tremendamente mezquinos y, en ese aspecto, todos los pensamientos, incluso los marxistas, están llamados a superarse sin suprimirse. Lo que nada quita al hecho de que hoy la revolución biomédica, cuya apuesta es inmensa, está dramáticamente piloteada, en medida creciente, por negocios de mucho dinero y por cotizaciones de la Bolsa, es decir por objetivos de clase.

Y, a mi modo de ver, el grave error de cierta ecología política es de no advertir suficientemente que estos gigantescos problemas de post-clases que no admiten postergación para mañana, no podrán ser tratados a plenitud más que cuando se haya terminado con la sociedad de clase.

Lo cual me conduce a un segundo ejemplo, igualmente central y problemático de un tema marxiano que las realidades de hoy nos obligan, salvo error, a repensar de manera no clásica: tengo en vista la pertinencia actual del propio análisis en términos de clase, que es el objeto notorio de uno de los principales conflictos entre evaluaciones diversas de la herencia de Marx. Ahora bien, para ir directamente a lo que me parece merecer tanto debate como los problemas de la clase obrera, propondría esta hipótesis: a medida que el capital penetra más en campos de actividad como la salud, la formación, la información, la investigación, la cultura, el tiempo libre, ¿acaso no engendra, mucho más allá de la explotación del trabajo, formas inéditas de alienación profundísima de la vida social y personal cuyo carácter de clase no transforma, sin embargo, a las víctimas en clases? Porque lo que aquí se encuentra afectado es mucho menos su status en el sistema de las relaciones de producción y de repartición que su relación con las finalidades y regulaciones antropológicamente esenciales y el destino mismo de tales actividades. Por ahí son agredidos, no solamente en tanto asalariados explotados, sino mucho más profundamente en tanto actores desarraigados de su propia actividad humanizante, y de ese modo alienados en el centro de su persona. Althusser sostenía la aparente paradoja de una primacía de la lucha de clases sobre las clases. De mi parte, adelanto la idea de que la lógica de clase es una realidad mucho más vasta que la existencia de las clases: de hecho ha sido siempre así, pero hoy esta dimensión, en más de un terreno, tiende a volverse dominante.

Todo ello se acentúa desde que una serie de procesos, muy bien estudiados por sociólogos marxistas o no, contribuyen a esfumar los límites de la clase obrera, a socavar su identidad, a relativizar su papel específico. De tal modo que la fórmula de Marx, también profética, que veía en ella "la disolución de todas las clases" está en vías de tomar para los obreros de hoy el más concreto de los significados: antes tipo acabado de clase social en el sentido marxiano, la clase obrera pierde progresivamente ese status histórico. En una inversión espectacular ¿no es la clase capitalista la que constituye de ahora en adelante la clase-para-sí por excelencia, mientras que, frente a ella y a las capas, clientelas y maffias que gravitan en su órbita, se opera cada vez más, por la vía de la generalización del salariado, la disolución de todas las otras clases? De donde una asimetría absolutamente inédita en la dialéctica de las sociedades muy desarrolladas, con prolongaciones mundiales: en un polo, una clase capitalista que pretende encarnar el interés general en su feroz particularidad; del otro, el desmigajamiento de vastas fuerzas sociales mutantes en los dolores de parto de una universalidad humana efectiva, pero donde este implacable trabajo de lo negativo crea los presupuestos de convergencias originales de valores y de iniciativas objetivamente anticapitalistas.

Entonces, si bien la lucha de clases en el sentido tradicional no ha agotado, ciertamente su papel nacional e internacional -a condición de que sea capaz de rejuvenecerse profundamente- ¿no se ve emerger las condiciones para luchas nuevas o renovadas que opongan los objetivos concretos de un universalismo civilizado al particularismo cínico del capital? ¿No es, por ejemplo, lo que atestigua la capacidad movilizadora creciente de valores como la dignidad y la solidaridad, que dicen a quien quiera oírlo que lo nos hace desde ya avanzar en dirección a una sociedad sin clases está camino de convertirse, justamente desde un punto de vista de clase, en un gran asunto?.

Si todo no es falso en tal análisis, puede conducir a reconsideraciones prospectivas y estratégicas de primer orden. Las fuerzas potencialmente motrices de una superación real del capitalismo no pueden ya de ningún modo quedar encerradas en una mera definición de clase a la antigua: desde muchos puntos de vista la desbordan. El retraso en tomar clara conciencia de ello se paga con una muy lamentable carencia de intervención de las organizaciones anticapitalistas, por ejemplo, en las graves crisis de contenido que se esbozan o se agudizan en el campo de la investigación científica o del sistema de salud, de la escuela o del deporte, de la creación artística o de las redes de información.

Lo que confiere al capitalismo su reputación de ser imposible de superar, ¿no se debe acaso en gran medida a una pusilanimidad teórica y práctica para concebir y construir los movimientos sociales, culturales y políticos nuevos, capaces de empeñarse en su superación, movimientos cuyos supuestos están ya dados o por lo menos en vías de surgir? La responsabilidad es pues considerable para todos los que nos proponemos renovar la cultura desarrollada por Marx. ¿No es tiempo de decir que se ha vuelto completamente obsoleta la problemática del socialismo entendido como relevo de la burguesía por la clase obrera en tanto que clase dirigente?. Cada vez más claramente ingresa al orden del día una problemática directamente comunista, en que el objetivo es iniciar desde ya el relevo, muy conflictual pero progresivo, de las gestiones capitalistas por regulaciones del interés común -en el límite: común a todo el género humano. A quien viera en ello la extravagante utopía de la consigna: el comunismo ya, se le podría preguntar si nunca reflexionó sobre el consejo dado por Marx, hace ciento treinta años, a los trabajadores de Europa: en lugar de "la consigna conservadora: un salario justo para una jornada de trabajo justa" inscribid en vuestras banderas "la consigna revolucionaria: abolición del trabajo asalariado".

Resumo estas consideraciones en una tercera tesis: lo que ha muerto en estos finales del siglo XX, tomando el término en su sentido conceptual, es el socialismo -socialismo que debía ser la "primera fase del comunismo" y ha comprobado ser su antítesis esencial. Lo que se incorpora en cambio al orden del día, en el sentido marxiano de la palabra, es el comunismo -un comunismo cuyo concepto sustantivo debe ser enteramente reelaborado a partir de las realidades de hoy, y de los supuestos de mañana que en ellas proliferan.

Por cierto, incluso aquellos que suscribrirían en alguna medida estas tesis, no dejarían de plantear entonces otra cuestión: si tal concepto del comunismo es pertinente, ¿sería posible conservar el término pese a todo lo que se ha hecho en su nombre -diría más bien: con su seudónimo- en este siglo como denominación de una fuerza política que adopta como objetivo semejante superación del capitalismo? Mi respuesta personal es afirmativa, a condición de una verdadera refundación de una organización política de nuevo tipo, liberada hasta el fin de las herencias de todas las Internacionales que han existido después de la primera. Pero para justificar esta respuesta me haría falta nada menos que adentrarme en la exposición de motivos de una tesis número cuatro, y ya no hay más tiempo.

Sin embargo, un último interrogante. ¿Mi intervención no será, al fin de cuentas, demasiado optimista frente a la bancarrota cuyo terrible pasivo nos abruma? Respondo que si es así, se trata de un optimismo de tonalidad bastante trágica, porque ¿cómo no estar acosado por la urgencia unida a la extrema dificultad de reconstruir una perspectiva de transformación social radical, a riesgo de no poder conjurar catástrofes políticas y humanas demasiado previsibles? Pero, se se adhiere verdaderamente al materialismo crítico de Marx, ¿podría dejarse de advertir, sin embargo, que la eventualidad misma de tales catástrofes es el reverso de las posibilidades aún muy poco utilizadas para evitarlas? Es la tesis que atraviesa todas mis tesis: lo peor no siempre es seguro.

(*) Las citas están tomadas de K. Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858. Siglo XXI, 9ª edición México-Madrid, 1982, Vol.2, págs. 220 y 228.

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